Los guardianes de la alegría
Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de árboles frondosos y ríos cristalinos, donde todos los habitantes vivían en armonía con la naturaleza. Sin embargo, algo extraño estaba sucediendo: la tierra se veía triste y desolada.
Los niños del pueblo, curiosos por naturaleza, decidieron investigar qué le pasaba a su querida tierra. Se reunieron en la plaza principal y discutieron entre ellos qué podían hacer para ayudarla.
"¿Qué les parece si organizamos una jornada de limpieza?" -propuso Martina, la niña más valiente del grupo. "¡Sí! Y podríamos plantar árboles y flores para alegrarla" -añadió Lucas, el más creativo de todos.
Entusiasmados con la idea, los niños corrieron a contarle a los adultos sobre su plan. Pronto, todo el pueblo se sumó a la iniciativa de los pequeños y comenzaron a trabajar juntos para devolverle la alegría a la tierra.
Durante días limpiaron las calles, recogieron la basura que encontraban en los campos y sembraron semillas de árboles nativos. Poco a poco, el paisaje fue transformándose: los colores volvieron a brillar, los pájaros cantaron con más alegría y el aire se sintió más puro que nunca.
Una mañana, mientras regaban las nuevas plantas, un hada apareció frente a ellos. Tenía alas transparentes y una mirada llena de luz. "¡Gracias por cuidar de mí!" -dijo el hada con voz dulce-.
"Vuestra bondad ha sanado mi corazón y devuelto la armonía al mundo natural". Los niños se miraron sorprendidos pero felices. Habían logrado lo imposible gracias a su esfuerzo conjunto y amor por la tierra que los sustentaba.
Desde ese día en adelante, el pueblo se comprometió a cuidar cada rincón del planeta como si fuera su hogar más preciado. Los niños aprendieron una gran lección: que cada acción cuenta y que juntos pueden lograr grandes cambios para un futuro mejor.
Y así fue como la tierra dejó de estar triste para convertirse en un lugar lleno de vida y esperanza gracias al amor incondicional de aquellos que decidieron cuidarla como se merecía.
FIN.