Los Guardianes de la Amistad
En un pequeño barrio de Buenos Aires, un grupo de niños se reunía todos los días en la plaza a jugar. El grupo estaba formado por Mateo, una niña curiosa y audaz; Sofía, una amante de los animales; Lucas, el más risueño de todos, y Tomás, un chico fuerte pero amable. Sin embargo, a veces, las cosas no eran tan amigables y se producía un poco de caos cuando se enojaban.
Un día, durante una partida de fútbol, Lucas accidentalmente hizo que Mateo se cayera.
"¡Ay! ¡Eso dolió!", se quejó Mateo.
"¡No fue mi culpa! ¡Solo estaba jugando!", respondió Lucas.
En ese momento, Tomás, que había sido parte de riñas similares en el pasado, se acercó.
"Chicos, ¿no se acuerdan lo que aprendimos en clase sobre cómo resolver conflictos? No tenemos que pegarnos.
"Pero a veces es difícil, Tomás", dijo Sofía.
"Sí, y a veces se siente bien hacerlo", agregó Mateo con un suspiro.
Fue entonces cuando la profesora Paula, que siempre observaba desde la ventana de la escuela, salió a la plaza.
"Hola, chicos. ¿Les gustaría aprender un juego nuevo? Es un juego de confianza que les ayudará a recordar cómo resolver problemas sin pelear", dijo con una gran sonrisa. La curiosidad se apoderó de ellos.
"¿Qué tipo de juego es?", preguntó Lucas, dejando de lado su frustración.
La profesora dividió a los niños en equipos y les explicó el juego. Tenían que completar un recorrido en el que cada uno debía guiar a su compañero con los ojos vendados.
"Chicos, la clave es hablar!", les recordó la profesora.
Así que los niños comenzaron, y pronto se dieron cuenta de lo complicado que era guiar a alguien sin poder tocarlo.
"¡Mateo! ¡A la izquierda!", gritó Sofía mientras intentaba evitar que chocara con un banco.
"¡Tomás, pon atención! ¡No se muevan así!", insistía Lucas mientras se sentía muy nervioso.
Después de varios intentos y muchas risas, los niños lograron completar el recorrido.
"¡Lo hicimos! ¡Fue genial!", exclamó Tomás, emocionado.
"Claro, porque aprendimos a comunicarnos mejor", respondió Mateo.
"Sí, no necesitamos pegar para divertirnos", añadió Lucas con una gran sonrisa.
Las semanas pasaron, y continuaron practicando el juego. No solo se hicieron mejores amigos, sino que empezaron a resolver sus diferencias sin tocarse. Pero un día, mientras jugaban en la plaza, un grupo de niños nuevos se acercó, y comenzaron a empujarse entre ellos, lo que pronto provocó una pelea.
"¡Pará! ¡No vale pegar!", gritó Sofía.
"¿Por qué no nos ensinás cómo jugar?", maleó uno de ellos.
Sin dudarlo, Mateo se acercó.
"Venite. Una vez jugamos un juego de confianza. ¿Querés probar?", preguntó con amabilidad.
"¿Qué es eso?", respondió uno de los nuevos, desconfiado.
"Te vas a dar cuenta de que es más divertido que pelear", insistió Mateo.
Los niños lo pensaron por un momento, pero decidieron probar. Pronto, habían formado un nuevo equipo y se reían mientras se ayudaban a completar el recorrido. Uno de los nuevos se atrevió a preguntar:
"¿Siempre se puede jugar así?", con una mirada curiosa.
"Sí, y nos encanta. Ya no pegamos, porque no hace falta. Somos los Guardianes de la Amistad", exclamó Lucas en un tono triunfante.
Esa tarde, no solo aprendieron a jugar sin más conflictos, sino que ampliaron su grupo y compartieron su visión sobre el juego y la amistad. Al finalizar el día, la profesora Paula volvió a salir y sonrió al ver cómo, en lugar de gritos y peleas, había risas y juegos.
"¿Vieron lo que logran cuando eligen el camino de la amistad?", les preguntó.
"¡Sí! ¡Podemos ser más fuertes juntos sin pegar!", gritaron al unísono.
Y así, el grupo de niños se convirtió en un ejemplo para el barrio, mostrando que ser un buen amigo y comunicarse puede transformar los conflictos en risas. Desde ese día, todos supieron que los verdaderos Guardianes de la Amistad no solo evitaban pegar, sino que tampoco necesitaban hacerlo para disfrutar.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado.
FIN.