Los Guardianes de la Casa Abandonada



Era un día soleado en el tranquilo barrio de San Antonio, donde cuatro amigos adolescentes, Mateo, Lucía, Julián y Valentina, decidieron explorar la famosa casa abandonada que se encontraba al final de la calle. La casa era un lugar de leyendas y rumores, siempre envuelta en un aire de misterio. Todos hablaban de ella, y eso le daba más emoción a su aventura.

"¿Estás seguro de que queremos entrar?" - preguntó Valentina, con cierto temblor en su voz.

"¡Vamos! Es solo una casa vieja. ¿Qué puede pasar?" - respondió Mateo, con una sonrisa desafiante.

Al llegar a la puerta, notarían que estaba entreabierta, como invitándolos a entrar. Aunque un escalofrío les recorrió la espalda, la curiosidad ganó. Julián empujó la puerta, que chirrió con un sonido extraño, y entraron, iluminados por la luz del sol que se colaba por las ventanas polvorientas.

Dentro, la casa parecía estar congelada en el tiempo, cubierta de polvo y telarañas. Sin embargo, no habían pasado más de cinco minutos cuando empezaron a escuchar un ruido que provenía del piso de arriba.

"¿Escucharon eso?" - murmuró Lucía, con voz temblorosa.

"Puede ser un gato o algo así" - dijo Mateo, tratando de sonar valiente.

Pero la inquietud aumentaba cuando decidieron subir las escaleras chirriantes. Al llegar a la planta superior, encontraron un cuarto con una luz tenue. En el centro, había un viejo cofre cerrado.

"¿Qué tal si lo abrimos?" - sugirió Julián, entre risas.

"No, esperen. ¿Y si está embrujado?" - reflexionó Valentina, nerviosa.

"No hay tal cosa como los fantasmas. Solo abramoslo y veamos qué hay adentro" - insistió Mateo, abriendo el cofre.

Al abrirlo, el aroma a moho y la mezcla de antigüedad los embargó. Dentro, encontraron cartas, fotos y un mapa de la ciudad. Sin embargo, la mayor sorpresa fue un diario.

"¡Miren esto!" - exclamó Lucía, hojeando el diario.

"Este lugar tiene historia, no solo leyendas. ¿Qué dice?" - preguntó Julián.

Las páginas estaban escritas por una mujer llamada Clara, que había vivido allí hace más de 50 años. Ella contaba historias sobre la amistad y la valentía, y cómo había defendido su hogar de unos ladrones. Al leer, los amigos se dieron cuenta de que aunque la casa estaba abandonada, había tenido un pasado lleno de lucha y coraje.

"¡Tenía que protegerlo!" - dijo Lucía, emocionada.

"Nosotros también deberíamos cuidarlo. Es nuestra responsabilidad ahora" - agregó Mateo, inspirado.

Decididos a honrar la memoria de Clara, los amigos se comprometieron a limpiar la casa y transformarla en un lugar donde otros chicos pudieran jugar y hacer nuevas memorias. Llamaron a sus vecinos, contaron sobre su plan y poco a poco empezaron a reunir a más chicos del barrio.

Sin embargo, una tarde se dieron cuenta de que alguien más estaba interesado en la casa. Un grupo de adolescentes mayores empezó a vandalizar las ventanas y a cortar las puertas.

"¡No podemos dejar que arruinen lo que estamos haciendo!" - exclamó Valentina.

"¡Es nuestra responsabilidad defenderlo!" - agregó Julián.

Los amigos decidieron enfrentar a los adolescentes. Con valentía, se acercaron y le dijeron:

"¡Esto no se toca!" - gritó Mateo, firme.

"¿Y qué van a hacer?" - contestó uno de los mayores, riéndose.

Pero no se dejaron intimidar. Con la ayuda de los vecinos, se organizaron y llevaron a cabo una reunión comunitaria. Hicieron un plan: restaurar la casa juntos, transformarla en un centro de aventuras para los chicos del barrio, donde pudieran aprender, jugar y ayudar en las tareas del lugar.

A medida que trabajaban para restaurar la casa, el grupo de adolescentes mayores se sintió avergonzado por sus acciones y poco a poco se unieron para ayudar. Al final, todos juntos celebraron con una gran fiesta en la casa renovada, llena de risas y nuevos amigos.

La casa abandonada, gracias a la valentía y la colaboración de todos, volvió a brillar, y así, los amigos aprendieron que la amistad, el trabajo en equipo y el cuidar lo que amamos es lo más valioso en el mundo. Clara, desde donde quiera que estuviera, estaría orgullosa de sus pequeños guardianes.

Y así fue como el barrio de San Antonio se llenó de nuevas historias. La casa pasó de ser solo un lugar de miedo a un símbolo de amistad y esperanza. Y cada vez que los chicos jugaban allí, recordaban que el coraje y la unidad son las verdaderas fuerzas que protegen lo que amamos.

FIN.

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