Los guardianes del bebé monstruo


Había una vez en medio del bosque encantado, una casa mágica donde vivían tres hermanos: Sofía, Martín y Tomás.

Los tres niños correteaban por el jardín, jugando a las escondidas y explorando cada rincón de aquel lugar lleno de misterios. Una tarde, mientras jugaban cerca del lago cristalino, escucharon un rugido feroz que los heló hasta los huesos. Un monstruo gigante salió de entre los árboles, con garras afiladas y ojos brillantes como la luna llena.

Los niños temblaron de miedo al verlo acercarse lentamente hacia ellos. -¡Corran a la casa! -gritó Sofía, tomando la mano de sus hermanos para escapar del monstruo.

Los niños entraron en la casa y cerraron todas las puertas y ventanas, pero el monstruo golpeaba con fuerza tratando de entrar. El miedo se apoderaba de ellos cuando escucharon un llanto proveniente del jardín. Al asomarse por la ventana, vieron a un pequeño monstruo bebé temblando de frío y asustado.

-¡Pobrecito! Está perdido y tiene miedo -dijo Martín con tristeza en su voz. Sin pensarlo dos veces, los hermanos decidieron salir para ayudar al pequeño monstruo. Con valentía se acercaron al bebé monstruo y notaron que tenía hambre y sed.

Lo llevaron a la cocina y le dieron leche caliente con galletitas, mientras el bebé los miraba con gratitud en sus ojos brillantes. De repente, el gran monstruo logró abrir una ventana e ingresar a la casa.

Pero al ver al bebé junto a los niños, su mirada cambió completamente. Se arrodilló frente a ellos en señal de respeto y les habló con voz profunda:-Gracias por cuidar de mi hijo.

Perdónenme si los asusté; solo quería asegurarme de que estuviera seguro. Los niños comprendieron entonces que el gran monstruo no era tan feroz como parecía; solo estaba protegiendo a su cría.

Con empatía en sus corazones, invitaron al gran monstruo a quedarse en la casa para compartir una cena caliente junto a sus nuevos amigos.

Desde ese día, la casa en el bosque se convirtió en un hogar para todos: humanos y monstruos viviendo juntos en armonía gracias a la amistad, el valor y sobre todo, la empatía que reinaba entre ellos. Y así siguieron disfrutando de nuevas aventuras donde lo diferente ya no causaba miedo sino curiosidad y respeto mutuo.

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