Los guardianes del bosque


Mari, la diosa del bosque, era conocida por su sabiduría y su amor hacia todas las criaturas que habitaban en él. Cada día recorría los senderos y cuidaba de cada planta y animal con dedicación.

Sin embargo, había un grupo de duendes traviesos que no respetaban ni valoraban el trabajo de Mari. Un día, mientras caminaba por el bosque, Mari escuchó risas maliciosas provenientes de un claro cercano.

Se acercó sigilosamente y encontró a los duendes jugando una broma cruel a un pobre conejito indefenso. Los duendes le habían atado una cuerda alrededor del cuerpo y lo levantaban en el aire como si fuera un títere.

"¡Deténganse ahora mismo!"- exclamó Mari con voz firme mientras se adentraba en el claro. Los duendes se quedaron paralizados al ver a la diosa frente a ellos. Sabían que habían hecho algo malo y temblaban de miedo ante su presencia.

"¿Cómo osáis tratar así a uno de mis protegidos?"- preguntó Mari con ojos llenos de desaprobación. Los duendes bajaron la cabeza avergonzados y balbucearon disculpas sin convicción.

Pero Mari sabía que unas palabras no serían suficientes para enseñarles una lección importante sobre el respeto hacia todos los seres vivos del bosque. "Escuchadme bien"- dijo Mari seriamente-, "Para aprender vuestra lección, deberéis convertiros en animales durante un tiempo". Los duendes se miraron entre sí confundidos pero asintieron con miedo.

Mari cerró los ojos y pronunció un conjuro mágico. Al abrirlos, los duendes habían desaparecido y en su lugar había tres pequeños animales: un ratón, una ardilla y una rana.

"Ahora seréis estos animales hasta que aprendáis a respetar y valorar a todas las criaturas del bosque"- dijo Mari con voz firme. Los duendes intentaron hablar pero solo emitieron sonidos propios de los animales que ahora eran. Mari les dio un último vistazo antes de alejarse, dejándolos solos en el claro.

A medida que pasaban los días, los duendes aprendieron lo difícil que era vivir como ratón, ardilla y rana.

El ratón se asustaba con facilidad ante cualquier ruido fuerte; la ardilla luchaba por encontrar suficientes nueces para alimentarse; y la rana tenía dificultades para moverse sin sus patas traseras. Cada vez más frustrados, los duendes empezaron a comprender el valor de cada forma de vida en el bosque.

Se dieron cuenta de lo importante que era cuidar y respetar a todos sus compañeros habitantes del bosque. Después de mucho tiempo viviendo como animales, Mari regresó al claro donde encontró a los duendes transformados. Los miró atentamente y pudo ver el arrepentimiento en sus ojos.

"¿Habéis aprendido vuestra lección?"- preguntó Mari con dulzura. Los duendes asintieron con tristeza mientras murmuraban sonidos incomprensibles debido a su forma animal anterior. Mari sonrió satisfecha y cerró los ojos una vez más.

Pronunció otro conjuro mágico y, al abrirlos, los duendes habían vuelto a su forma original. "Habéis demostrado que habéis aprendido la importancia del respeto y el valor de todas las criaturas del bosque"- dijo Mari con orgullo-. "A partir de ahora, seréis guardianes del bosque y ayudaréis a mantener su equilibrio".

Los duendes asintieron emocionados y se comprometieron a cuidar de cada planta y animal como lo hacía Mari. Desde aquel día, los duendes se convirtieron en protectores del bosque bajo la guía de Mari.

Aprendieron que todos merecemos respeto y amor, sin importar nuestra forma o tamaño. Y así, con su nueva sabiduría adquirida, enseñaron a otros habitantes del bosque sobre el valor de vivir en armonía.

Y así es como la diosa Mari transformó unos traviesos duendes en guardianes responsables del bosque, dejando una valiosa lección para todos: el respeto hacia todas las formas de vida es fundamental para vivir en paz y armonía.

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