Los Guardianes del Patio
Era una tarde soleada en el barrio de La Alegría, donde dos hermanos, Tomás y Sofía, se preparaban para una misión impresionante. Tomás, el mayor con sus 12 años, siempre se sentía responsable de su hermana menor, Sofía, que tenía 8. Pero había algo que ambos tenían en común: su amor por las aventuras y su perra, Canela.
"¡Sofía! ¡Vamos a hacer el plan maestro para combatir a los monstruos del patio!" - exclamó Tomás mientras sacaba un viejo mapa que había dibujado en la clase de arte.
"¿Monstruos? ¡Qué divertido! Pero, ¿qué tipo de monstruos?" - preguntó Sofía, con sus ojos brillantes de emoción.
"Hay monstruos de barro, de tallarines voladores y hasta un gigante que se esconde detrás de la casita del juego. ¡No debemos dejar que se apoderen de nuestro reino!" - dijo Tomás con una sonrisa triunfante.
"¡Sí! Con Canela de nuestro lado, nadie podrá derrotarnos. ¡Es una perra guerrera!" - afirmó Sofía mientras acariciaba a su fiel amiga.
La familia siempre había apoyado su imaginación, así que fue fácil convencerse de que este era un día para volverse héroes. Canela, una perra mestiza de pelaje dorado, movía la cola, como si entendiera la misión.
Con un pequeño disfraz improvisado, Tomás usó unas viejas cajas de cartón como armadura, mientras que Sofía se ató una capa hecha de un mantel viejo. Juntos, el trío se adentró en el patio, el cual se había convertido en su terreno de juego mágico.
De repente, un monstruo de barro apareció detrás de un arbusto. Era una masa viscosa y marrón con ojos grandes y un aliento fétido.
"¡Atrás, monstruo asqueroso! ¡Nosotros somos los Guardianes del Patio!" - gritó Tomás, mientras levantaba su espada de solapas, hecha de cartón.
El monstruo de barro soltó un rugido y se lanzó hacia ellos, pero Sofía rió a carcajadas.
"¡No sabe bailar! ¡Mirá!" - dijo mientras comenzaba a hacer un divertido baile de la lluvia, moviendo sus brazos y piernas alocadamente. Sorprendentemente, el monstruo se detuvo, confundido por los movimientos ridículos de la niña.
Tomás no perdió la oportunidad y, con un salto, comenzó a hacer lo mismo. Canela se unió al espectáculo, moviendo todo su cuerpo de un lado a otro.
"¡Esto es una batalla de baile, monstruo!" - anunció Tomás. Y así, mientras los hermanos danzaban, el monstruo comenzó a tambalearse y caer, hasta que finalmente se descompuso en un montón de barro.
"¡Ganamos!" - gritaron los niños al unísono, llenos de alegría.
Pero la diversión no terminaba ahí. Avanzando hacia el rincón del patio, escucharon un fuerte estruendo. Al asomarse, encontraron un gigante que se había quedado atrapado en la casita.
"¡Help!" - gritó el gigante con una voz temblorosa.
"¿Un gigante? ¡No puede ser!" - dijo Sofía, asustada pero intrigada. Los niños recordaron que su mamá siempre les decía que la gente no siempre es lo que parece y que había que ofrecer ayuda.
"Espera, gigante. ¿cómo te podemos ayudar?" - preguntó Tomás, acercándose con cuidado.
El gigante miró a los niños con ojos llorosos y dijo:
"Me quedé atascado porque no podía entrar a la casita de los juegos. Quería jugar con mis amigos pero soy muy grande para este lugar. ¡No soy un monstruo!" - declaró, encogiéndose de vergüenza.
"¡Ah, entonces tenemos que ayudarlo!" - propuso Sofía, y junto con Tomás, idearon un plan.
"Si empujamos con todas nuestras fuerzas, quizás logremos liberarte." - sugirió Tomás.
Y así, como verdaderos guardianes, los niños se alinearon a un costado del gigante mientras Canela ladraba alegremente, animándolos. Con un grito conjunto de aliento, lograron sacar al gigante y, para su sorpresa, era un amable gigante con una gran sonrisa.
"¡Gracias, pequeños héroes!" - dijo el gigante, feliz de estar libre. "¿Quieren venir a jugar con nosotros?" - preguntó.
Tomás y Sofía intercambiaron miradas asombradas y luego sonrieron ampliamente.
"¡Sí! Eso sería divertido, pero no tienes que ser gigante para ser nuestro amigo. ¡Los amigos son del tamaño del corazón!" - afirmó Sofía mientras abrazaba a Canela, que estaba tan emocionada como ellos.
A partir de ese día, el patio se convirtió en su reino compartido, donde los monstruos eran amigables y las aventuras nunca terminaban. Y al final, siempre aprendieron que a veces, lo que parece un monstruo puede solo ser un corazón solitario que busca compañía.
Con risas, bailes y nuevos amigos, Tomás, Sofía y Canela demostraron que la verdadera valentía y diversión vienen de la amistad y la creatividad.
FIN.