Los Guardianes del Planeta



—¡Abuelo Tico! , ¡abuelo, ya llegamos! — gritaron los seis nietos al unísono mientras pisaban la tierra de la huerta.

—¡Estoy acá atrás, en la huerta! — respondió el abuelo Tico con su voz alegre y profunda.

Los niños corrían emocionados, con la esperanza de escuchar una de esas historias llenas de magia que tanto les gustaban.

Cuando llegaron al lugar, vieron al abuelo cuidando sus plantas.

—¡Miren lo que creció! — exclamó, señalando unas plantas verdes con hojas brillantes.

—¿Qué es, abuelo? — preguntó Camila, la más pequeña.

—Son plantas de albahaca. Con ellas haremos una rica salsa para esta noche— respondió Tico con una sonrisa.

—¡Oh, qué rico! — dijo Diego, mientras se relamía—. Pero primero queremos escuchar un cuento.

El abuelo se secó las manos en un paño y se sentó en una vieja silla de madera, mientras los niños se reunían a su alrededor como mariposas atraídas por la luz.

—Hoy les contaré sobre los Guardianes del Planeta— comenzó Tico con un tono de voz misterioso.

Los niños se acomodaron en sus asientos y dejaron de mover las piernas.

—Hace muchos años, en un lejano reino llamado Ecotierra, existían seis guardianes, cada uno encargado de cuidar un elemento esencial: el agua, el aire, la tierra, los árboles, los animales y las personas.

Los niños escuchaban con ojos brillantes.

—Los guardianes eran seres mágicos que se dedicaban a proteger su hogar, pero un día, un oscuro hechicero llamado Destrucor llegó al reino con intenciones malvadas.

—¿Qué quería el hechicero, abuelo? — preguntó Mateo, intrigado.

—Quería robar la esencia de estos elementos para hacerse más poderoso. Pero cada guardián tenía un poder especial: si se unían, podían crear un escudo que protegía a Ecotierra.

Justo en ese momento, el abuelo hizo una pausa dramática para aumentar la tensión.

—¿Lo lograron? — preguntó Lucia, ansiosa.

—Al principio no, y Destrucor comenzó a destruir el aire y el agua— continuó el abuelo—. Pero los guardianes se dieron cuenta de que tenían que unir sus fuerzas, así que decidieron hacer un plan, a pesar de sus diferencias.

La tarde avanzaba y cada vez más curiosos, los niños no quitaban la vista de su abuelo.

—Uno de los guardianes, que cuidaba el agua, tenía la idea de crear un poderoso río que fluyera a través de la tierra, mientras que el que cuidaba los árboles pensaba que los árboles podrían crear un refugio. Los guardianes discutían, pero al final se unieron, y juntos crearon el escudo que protegía a Ecotierra de Destrucor.

—¿Y entonces? — preguntó Emiliano, emocionado.

—Finalmente, con su escudo, lograron debilitar al hechicero y le hicieron entender que destruir no era la solución.

—¿Cómo lo hicieron? — preguntó Valentina, sin poder contener su curiosidad.

—Le mostraron la belleza de su hogar. Le enseñaron que todo estaba conectado, que cuidar uno significaba cuidar a todos— respondió el abuelo—. Y así, Destrucor se dio cuenta de su error y prometió cambiar.

—¿Y qué pasó con los guardianes? — indagó Mateo, ansioso por saber el desenlace.

—Siguieron cuidando a Ecotierra, pero esta vez, no solo como guardianes, sino también como amigos de Destrucor, que se convirtió en un protector más.

Los niños sonrieron, felices por el final de la historia.

—Pero, abuelo— dijo Camila—, ¿nosotros también podemos ser guardianes?

—Por supuesto— respondió Tico—. Cada vez que cuidan el medio ambiente, ahorran agua, plantan un árbol o respetan a los animales, se están convirtiendo en verdaderos guardianes del planeta.

—Podemos hacer algo juntos— propuso Emiliano.

—Tal vez, un día podríamos construir un jardín en el patio— sugirió Valentina.

—¡Sí! Y así cuidamos la tierra— intervino Diego.

Los seis estuvieron de acuerdo y todos juntos comenzaron a hacer planes para ayudar al abuelo a cuidar la huerta.

Tico miraba orgulloso a sus nietos.

—Recuerden, pequeños guardianes, el futuro del planeta está en sus manos. Hagan su parte, y siempre cuenten conmigo— concluyó con una sonrisa.

Los niños se sintieron inspirados y con la energía suficiente para cambiar el mundo, empezando desde su hogar.

—¡Gracias abuelo! — gritaron, mientras corrían hacia la huerta, listos para convertir sus ideas en acción.

FIN.

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