Los Guardianes del Puente de Culturas
En un hermoso pueblo de los yungas de Bolivia, donde la naturaleza era generosa y los colores vibrantes llenaban el aire, vivían cuatro amigos: Tupak, una niño aymara; Ana, una niña quechua; Luz, una niña afrobiliviana; y Kusi, un niño leco. A pesar de sus diferencias, compartían un fuerte lazo de amistad, y en su tiempo libre, exploraban el bosque, jugaban y aprendían sobre las tradiciones de cada uno.
Un día, mientras jugaban cerca del río, los niños descubrieron un antiguo puente de madera que conectaba sus dos pueblos. Sin embargo, el puente estaba en mal estado, cubierto de maleza y con algunas tablas rotas.
"Miren, este puente está triste. Necesita amor", dijo Tupak, acariciando una de las tablas.
"Sí, y también necesitamos cruzarlo para contarnos historias de nuestras culturas, ¡es como un pasaporte a la amistad!", sugirió Ana, con sus ojos brillando.
"Yo tengo una idea. ¿Por qué no lo repararmos juntos? Así podemos cruzar y hacer nuevas aventuras", propuso Luz, alegremente.
"Estoy de acuerdo. Pero necesitamos material y herramientas. En mi pueblo, a veces usamos cañas y juncos para crear cosas", agregó Kusi.
Los niños decidieron invitar a sus familias a ayudar. Esa tarde, cada uno trajo algo especial de su cultura. Tupak llevó piedras pulidas que habían sido usadas en ceremonias; Ana trajo hilos de lana de oveja que sus abuelos tejían; Luz trajó piezas de tambor hechas a mano y Kusi trajo cañas para construir.
Mientras trabajaban, compartían canciones de sus culturas, aprendiendo una de la otra. Cada canción hablaba de la naturaleza, de sus ancestros y del amor por su tierra.
"En la cultura aymara decimos que las montañas son nuestros abuelos", compartió Tupak, mientras colocaba las piedras.
"Nosotros, los quechuas, creemos que los ríos son sagrados y nos traen vida", agregó Ana, mientras tejía los hilos de lana alrededor de las tablas.
"Y en nuestra cultura, los tambores cuentan historias de nuestros ancestros, como si fueran voces que se escuchan en el viento", decía Luz, mientras sonaba su tambor, levantando el ánimo de todos.
"Y con las cañas, podemos hacer un arco y flecha para jugar después", decía Kusi, bromeando sobre lo bien que serían en una competencia.
Después de largas horas de trabajo en equipo, el puente empezó a parecerse a un lugar mágico. Colocaron un trozo de tela de cada cultura al final del puente para honrar a sus familias y sus tradiciones.
Finalmente, el puente quedó reparado. Los niños estaban cansados pero felices. Se hicieron una promesa: cada semana, cruzarían el puente para compartir historias y aprender de las culturas del otro.
El primer cruce fue emocionante. Se agarraron de las manos, cruzaron el puente e hicieron un círculo alrededor de su nuevo hogar.
"¡Vamos a celebrar!", propuso Ana, emocionada. Todos asintieron y comenzaron a bailar al ritmo del tambor de Luz, improvisando pasos que combinaban sus danzas.
Esa noche, un brillo especial iluminó el pueblo. Cada familia llevó platos de comida tradicional, y todos se sentaron, compartiendo risas, historias y sabores.
Así, los cuatro niños no solo repararon un viejo puente; crearon un lazo entre sus culturas que nunca se rompería. Aprendieron que las diferencias pueden ser hermosas, y que lo más importante es compartir y valorar la amistad. Desde ese día, cada vez que cruzaban el puente, lo hacían con la certeza de que sus corazones estaban unidos, como los colores del arcoíris que adornan su hermoso pueblo.
Y así, los niños de los yungas de Bolivia se convirtieron en verdaderos guardianes del puente de culturas, un símbolo de amistad y respeto eterno para todos.
FIN.