Los Guardianes del Sol y la Tierra
En una lejana época, en el corazón de la selva tropical, vivía una tribu maya llamada los Itzamná. Sus casas de adobe y palma se alzaban entre los árboles, al lado de lagos brillantes donde las ranas croaban por las noches.
Una mañana, el pequeño Tzunki, con su cabeza llena de sueños e ilusión, decidió aventurarse hacia el templo más grande de su aldea. El templo, hecho de piedra caliza, se elevaba como un gigante entre la vegetación. Lo habían construido con mucho esfuerzo, utilizando hachas de obsidiana y martillos de piedra.
- “Mamá, ¿puedo ir a ver el templo? Quiero entender cómo nuestros ancestros construyeron algo tan majestuoso”, preguntó Tzunki con la emoción dibujada en su rostro.
- “Claro, pero vuelve pronto. Recuerda que el sol se oculta y la selva puede volverse oscura”, respondió su madre, mientras le acariciaba el cabello.
Tzunki partió corriendo, cada paso llenado de entusiasmo. Cuando llegó al templo, vio a su amigo Kawi, que también quería explorar.
- “¡Kawi! ¡Mirá qué enorme es! ¿Te imaginas cuántos hombres necesitaron para hacer algo así? ”, dijo Tzunki.
- “Seguro muchos. ¡Vamos a escalar! ”, contestó Kawi. Ambos niños comenzaron a trepar con cuidado, maravillados por las esculturas que ornaban las paredes.
Pero, de repente, escucharon un ruido proveniente de atrás. Se asomaron y vieron a tres ancianos en túnicas brillantes, con plumas de colores en la cabeza. Eran los sabios del pueblo, los que contaban las historias de los dioses y el campo.
- “¿Qué están haciendo aquí, pequeños exploradores? ”, preguntó el anciano Nah, el más sabio de todos.
- “Queremos aprender cómo construyeron el templo. Es tan hermoso”, dijo Tzunki con los ojos brillantes.
- “Este templo es nuestra conexión con los dioses de la lluvia y el maíz. Fue construido para mostrar gratitud por la cosecha”, explicó Nah.
Los niños miraron asombrados, y Kawi preguntó:
- “¿Y cómo se cultiva el maíz? ”
- “Cultivamos maíz, frijoles y calabazas. Somos expertos en agricultura, y cada uno de estos cultivos tiene un papel importante en nuestra vida. ¡Ven, les mostraré! ”, dijo Nah con una sonrisa.
Juntos, siguieron al anciano a través de campos verdes y dorados, donde el maíz crecía alto y orgulloso. Mientras caminaban, Nah les explicó:
- “Utilizamos una técnica llamada milpa, que ayuda a que las plantas crezcan sanas y fuertes, y también es respetuosa con la tierra.”
Tzunki y Kawi se sorprendieron al descubrir que el cuidado de la tierra era fundamental. Pronto llegaron a un grupo de mujeres que cosechaban maíz con herramientas de madera.
- “¡Hola! ¿Pueden contarnos más sobre los cultivos? ”, preguntó Kawi.
- “Claro. Nos dedicamos a sembrar y cosechar. El maíz es nuestro alimento principal. También hacemos tortillas, tamales y otras comidas deliciosas”, contestó una de las mujeres con entusiasmo.
Mientras tanto, el anciano Nah observaba la alegría en los ojos de los niños y decidió llevarlos a una ceremonia del maíz. Les mostró cómo agradecían a sus dioses con canciones y danzas.
- “La naturaleza nos brinda todo lo que necesitamos, y debemos agradecerle”, les enseñó.
Esa tarde, mientras el sol comenzaba a ocultarse, Tzunki comprendió que la cultura maya era un tejido de grandes enseñanzas sobre la vida.
- “Prometamos cuidar nuestra tierra y valorar lo que tenemos”, sugirió Tzunki.
- “¡Sí! Seremos guardianes del sol y la tierra”, respondió Kawi, levantando el puño al cielo.
Desde ese día, los dos amigos no solo se dedicaron a explorar, sino que también aprendieron a cultivar, a cuidar el entorno y a contar las historias de su pueblo. Se convirtieron en verdaderos guardianes del legado de los mayas, dispuestos a proteger la tierra y continuar enseñando a las futuras generaciones.
Y así, entre templos, campos verdes, y la magia del maíz, los Itzamná vivieron en armonía con la naturaleza, siempre agradecidos por su hogar en la tierra, bajo la luz de un sol brillante.
Y colorín colorado, esta historia ha terminado.
FIN.