Los Guardianes del Tiempo
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Solcito, donde vivían cuatro amigos muy especiales: Soleada, la niña alegre que representaba al sol; Nubecita, el niño tranquilo que simbolizaba a las nubes; Ventolín, el chico travieso que personificaba al viento; y Lluviosa, la niña dulce que era la lluvia en persona.
Un día Soleada despertó con una gran sonrisa en su rostro y decidió invitar a sus amigos a jugar juntos en el parque. Corrió hasta la casa de Nubecita y lo encontró mirando melancólicamente por la ventana.
"¿Qué te pasa, amigo?", preguntó Soleada preocupada. "Estoy triste porque siento que siempre estoy opacando tu brillo con mis nubes grises", respondió Nubecita apenado. Soleada le dio un abrazo cálido y le dijo: "No te preocupes, amigo.
Todos somos importantes en este mundo y cada uno tiene su momento de brillar". Emocionado por las palabras de Soleada, Nubecita se animó y juntos fueron a buscar a Ventolín para continuar con su aventura.
Lo encontraron revoloteando entre los árboles del bosque, haciendo bailar las hojas al compás de su risueño silbido. "¡Hola amigos! ¿Qué plan tenemos para hoy?", preguntó Ventolín emocionado. "Vamos al parque a jugar juntos", respondieron Soleada y Nubecita al unísono.
Ventolín se unió al grupo con entusiasmo y juntos se dirigieron hacia allí. Pero cuando llegaron al parque, se dieron cuenta de que estaba completamente vacío debido a la repentina lluvia que comenzaba a caer sin previo aviso.
Lluviosa estaba allí sentada en un banco, sintiéndose sola y triste por haber arruinado los planes de sus amigos. Al verla así, Soleada se acercó lentamente y le dijo: "No te preocupes amiga Lluviosa.
A veces necesitamos un poco de lluvia para apreciar aún más los días soleados". Lluviosa levantó la vista sorprendida y secándose las lágrimas asintió con una tímida sonrisa. Los cuatro amigos decidieron quedarse bajo el refugio del árbol más grande del parque mientras veían caer la lluvia desde afuera.
Poco a poco, el sol comenzó a abrirse paso entre las nubes grises y un arcoíris apareció en el cielo como señal de esperanza y renovación.
Todos juntos contemplaron maravillados aquel espectáculo natural mientras comprendían que cada uno de ellos era importante en su propia manera. Desde ese día, Soleada, Nubecita, Ventolín y Lluviosa aprendieron a valorarse mutuamente por sus diferencias e individualidades.
Se convirtieron en inseparables compañeros dispuestos a enfrentar cualquier clima juntos, recordando siempre que tanto los días soleados como los días lluviosos formaban parte de la maravillosa diversidad del mundo en el que vivían. Y así continuaron jugando felices bajo el cielo cambiante del pueblo Solcito.
FIN.