Los Hermanos Cerros
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, tres hermanos: Tomás, Julián y Sofía. Un día, recibieron una invitación para la fiesta más esperada del año en la casa de su amigo Mateo. La emoción era tan grande que ni siquiera prestaron atención a las advertencias de su abuela Sara, que siempre les decía que a veces, las fiestas no son lo que parecen.
"¡Vamos a divertirnos!" - exclamó Tomás, mientras se ponía su mejor ropa.
"No veo la hora de bailar y comer torta!" - agregó Julián, luciendo su sonrisa más amplia.
"Espero que haya juegos y sorpresas" - también dijo Sofía, moviendo su cabeza con entusiasmo.
Cuando llegaron a la fiesta, todo parecía perfecto. Había música, colores y risas por doquier. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, se dieron cuenta de que algunos de sus amigos estaban haciendo cosas que no estaban bien. Algunos se estaban burlando de otros, otros hacían trampas en los juegos y la mayoría no cuidaba el lugar.
"Esto no me gusta, creo que deberíamos irnos" - comentó Sofía, preocupada.
"Pero... ¡no quiero perderme la fiesta!" - replicó Julián, entusiasmado.
"Cierto, pero si seguimos aquí, podría pasar algo malo" - insistió Tomás.
La discusión creció entre ellos, y al final, decidieron dejar la fiesta. Cuando estaban a punto de salir, se escuchó un gran estruendo. Un grupo de chicos, muy enfadados, comenzó a discutir entre sí y la situación se volvió peligrosa. Los tres hermanos asustados, sin pensar y siguiendo una corazonada, comenzaron a correr hacia el bosque.
En su camino, recordaron nuevamente a su abuela.
"Ella siempre nos dice que no miremos atrás cuando estamos huyendo" - comentó Julián.
"Sí, pero yo no puedo evitarlo. Tengo miedo. Quiero asegurarme de que no nos sigan" - respondió Sofía, mirando al bosque oscurecido.
"Solo un vistazo, no hará daño" - propuso Tomás, curioso.
A pesar de las advertencias de su abuela, los tres se dieron la vuelta para ver si estaban a salvo. Pero en ese instante, un rayo de luz iluminó el lugar y, de repente, algo extraño sucedió. Los tres se sintieron pesados y firmes, como si el suelo los estuviera abrazando. En un abrir y cerrar de ojos, se convirtieron en cerros, tranquilamente observando el mundo desde lo alto.
"¿Qué está pasando?" - gritó Sofía, sorprendida.
"¡Esto no es lo que quería!" - exclamó Julián, llorando.
Pasaron días y meses. Mientras eran cerros, comenzaron a entender la importancia de no dejarse llevar por la curiosidad sin pensar. Desde su nueva perspectiva, vieron cómo el bosque florecía y los animales buscaban refugio entre sus laderas. Se dieron cuenta de que, aunque no podían interactuar como antes, estaban ayudando a otros seres vivos a vivir y crecer.
Con el tiempo, la abuela Sara, que nunca dejó de buscar a sus queridos nietos, se acercó a ese lugar.
"Mis niños, son cerros ahora, pero siempre serán mis hermanos" - murmuró con amor.
Los hermanos, sintiendo la voz de su abuela, ganaron la fuerza que necesitaban para corregir su error. Concentraron toda su energía y recordaron las enseñanzas de su abuela sobre ser responsables y escuchar. Con un poder que nunca supieron que tenían, comenzaron a brillar al anochecer.
De repente, el rayo de luz que los había transformado volvió a aparecer y en un abrir y cerrar de ojos, recuperaron sus formas humanas.
"¡Estamos de vuelta!" - gritó Tomás, mientras abrazaba a sus hermanos.
"¡Nunca debemos olvidar lo que aprendimos!" - añadió Julián, emocionado.
"Sí, siempre debemos escuchar a la abuela y cuidar de los demás" - concluyó Sofía.
Desde ese día, los tres hermanos nunca volvieron a ignorar las advertencias de su abuela y aprendieron a ser responsables, cuidando siempre de su entorno y de sus amigos. Y, sobre todo, nunca olvidaron el valor de no mirar atrás cuando hay que seguir adelante con amor y valentía.
FIN.