Los Hermanos de Santa Cruz
En la colorida ciudad de Santa Cruz, donde las montañas se rasguñan el cielo y los ríos cantan, vivían Mia, Sofía y Carmelo, tres hermanos inseparables. Era una familia unida, y su casa estaba llena de risas y juegos constantes. Gricelda, su madre, siempre les decía que la aventura estaba a la vuelta de la esquina, mientras que Moisés les hablaba del mundo de los sueños e inquietudes.
Un día, mientras jugaban en el jardín, Mia descubrió un viejo mapa escondido detrás de unas cajas llenas de juguetes. Su diseño era misterioso, con notas garabateadas en los bordes y un gran símbolo de una estrella en el centro.
- “¡Miren esto! ”, exclamó Mia, sosteniendo el mapa en alto. “Parece que hay un tesoro escondido en las montañas”.
- “¿En serio? ¿Un tesoro? ”, preguntó Sofía, sus ojos brillando de emoción.
- “Sí, ¡vamos a buscarlo! ”, dijo Carmelo, siempre listo para la aventura.
Con su mapa en mano, los tres hermanos decidieron emprender una emocionante búsqueda del tesoro. Empacaron una mochila con bocadillos, agua y, por supuesto, una linterna. Los tres eran un gran equipo: Mia tenía la curiosidad, Sofía la creatividad y Carmelo la valentía.
Al llegar a la entrada del bosque, el sol comenzaba a esconderse, y el lugar se veía diferente, lleno de sombras y sonidos extraños.
- “¡Es solo el bosque, no hay de qué asustarse! ”, dijo Carmelo, tratando de animarlos.
- “Pero… ¿y si nos perdemos? ”, cuestionó Sofía, un poco nerviosa.
- “No nos perderemos. Solo tenemos que seguir el mapa. ¡Confíen en mí! ”, aseguró Mia, con una sonrisa confiada.
Mientras seguían el mapa, encontraron marcas en los árboles que parecían señalar el camino. Pero, de repente, al llegar a un claro, el mapa mostró una gran ‘X’. Allí, decidieron hacer una pausa para comer sus bocadillos.
- “Este lugar es perfecto”, opinó Sofía, mirando a su alrededor.
- “Sí, todavía no hemos encontrado el tesoro, pero lo importante es que estamos juntos”, agregó Carmelo, compartiendo su galleta con sus hermanas.
Después de un rato, decidieron seguir explorando el lugar. Mia se asomó hacia un arbusto y, para su sorpresa, encontró un pequeño baúl enterrado.
- “¡Miren! ”, gritó.
Los tres se acercaron rápidamente al baúl cubierto de tierra.
- “¡Vamos! ¡Ábranlo! ”, dijo Sofía muy emocionada.
Con esfuerzo, lograron abrir el baúl, solo para encontrarlo lleno de piedras brillantes, hojas secas y mapas viejos.
- “Esto no es un tesoro… ¡Es un montón de cosas viejas! ”, se quejó Carmelo decepcionado.
- “Pero tal vez no son cosas viejas, sino recuerdos de otros que también pasaron por aquí”, sugirió Sofía, que siempre veía lo positivo en todo.
- “Y nosotros podemos crear nuevos recuerdos”, agregó Mia.
De repente, escucharon un crujido detrás de ellos. Se dieron vuelta y vieron a un pequeño zorro que los miraba.
- “¡Hola, pequeño amigo! ”, dijo Mia, acercándose al zorro con suavidad.
El zorro parecía curioso y no tenía miedo.
- “Quizás él nos pueda guiar”, murmuró Sofía.
Los tres siguieron al zorro, que corría juguetonamente entre los árboles. Después de un momento, llegaron a un impresionante mirador, desde donde podían ver toda la ciudad de Santa Cruz iluminada por la noche.
- “¡Guau! ”, exclamaron al unísono.
- “Esta es la verdadera recompensa”, dijo Carmelo, admirando la vista.
Pasaron horas disfrutando del espectáculo y contando historias. Comprendieron en ese momento que el verdadero tesoro no estaba en el baúl, sino en la experiencia que compartieron juntos y en el maravilloso paisaje que disfrutaron.
Al regresar a casa, Gricelda y Moisés los esperaban.
- “¿Y? ¿Encontraron el tesoro? ”, preguntó su madre con una sonrisa.
- “Sí… ¡y era mucho más! ”, contestó Mia, con la esencia de la aventura aún brillando en sus ojos.
Así, los hermanos aprendieron que los tesoros más valiosos no son joyas o riquezas materiales, sino los momentos y la felicidad que comparten juntos. Sin importar cuán lejos viajen, siempre llevarían esos recuerdos en sus corazones. Y así, regresaron a sus juegos, buscando siempre nuevas aventuras en la vida de Santa Cruz.
FIN.