Los Hermanos y las Elfas del Reino Encantado
Érase una vez, en un reino encantado rodeado de bosques mágicos y ríos cristalinos, siete hermanos valientes: Tomás, Lucas, Mateo, Gonzalo, Joaquín, Nicolás y Felipe. Cada sábado por la noche, se vestían con sus trajes de gala y se dirigían al claro de los sueños, donde las siete elfas danzaban bajo la luz de la luna. Las elfas, con sus delicadas alas brillantes, eran conocidas por sus danzas que hacían que los árboles se movieran y las estrellas brillaran más fuerte.
Una noche, mientras los hermanos se preparaban para su tradicional encuentro, Gonzalo dijo:
"¡Chicos! ¿Qué pasaría si llevamos algo especial para sorprender a las elfas?"
Los demás miraron a Gonzalo con curiosidad.
"¡¿Y qué podríamos llevar? !" preguntó Mateo, emocionado.
"Podemos hacerles coronas de flores con las flores más hermosas del bosque", sugirió Joaquín.
Los hermanos se pusieron a trabajar. Salieron al bosque, recolectaron flores de todos los colores y, entre risas y bromas, crearon las coronas más hermosas que uno pudiera imaginar. Cuando estuvieron listos, se dirigieron al claro de los sueños con mucha emoción.
Al llegar, las elfas los recibieron con sonrisas brillantes y ojos chispeantes. Pero al notar que los hermanos llevaban flores, una de las elfas, Dalia, dijo:
"¿Qué llevas, queridos amigos?"
"Son unas coronas de flores para ustedes, porque siempre nos alegra el corazón verlas bailar", respondió Lucas.
Las elfas se llenaron de alegría y aceptaron las coronas. Sin embargo, una de las elfas, llamada Lira, se puso triste.
"Gracias, amigos, pero hoy no podemos bailar como siempre. Hay un hechizo en el bosque que impide que la magia de la danza fluya. No sabemos cómo romperlo".
Los hermanos se miraron preocupados. ¿Cómo podrían ayudar a sus amigas elfas?"No se preocupen, nos gustaría ayudarles. ¿Dónde está el hechizo?" preguntó Nicolás, decidido.
"Se halla en la cueva de los ecos, custodiada por el dragón triste", explicó Lira.
"Pero es muy peligroso. Nadie ha logrado volver de allí", agregó Dalia.
A pesar de la advertencia, los hermanos estaban resueltos a ayudar a las elfas. Decidieron que debían ser valientes y trabajar en equipo.
"Si vamos juntos, podremos enfrentar al dragón", dijo Mateo.
Al día siguiente, emprendieron la aventura al amanecer. El camino hacia la cueva de los ecos estaba lleno de desafios. Primero, tuvieron que cruzar un puente de lianas que colgaban sobre un río de aguas misteriosas.
"¡Rápido, todos juntos!", gritó Tomás mientras ayudaba al último hermano a cruzar.
Luego, llegaron a un laberinto de arbustos espinosos.
"Sigamos el rayo de sol que se cuela por ahí", sugirió Felipe, señalando una luz brillante. Y así, lograron salir del laberinto.
Finalmente, llegaron a la cueva. Allí, encontraron al dragón triste, que, para su sorpresa, no era feroz en lo absoluto. Tenía lágrimas que caían como ríos por su cara.
"¿Por qué lloras, amable dragón?", le preguntó Gonzalo.
"Nadie me quiere cerca porque tengo un aspecto temible. Pero lo que más deseo es poder tener amigos y bailar también", respondió el dragón, entre sollozos.
Los hermanos se miraron entre sí y, llenos de empatía, decidieron que no solo tenían que romper el hechizo, sino también ayudar al dragón a encontrar la felicidad.
"¡Podemos bailar todos juntos!", exclamó Lucas.
"Así podrás unirte a nosotros y conocer la alegría de la danza", añadió Felipe.
Con la ayuda de las elfas, los siete hermanos y el dragón empezaron a bailar. A medida que danzaban, la magia del baile llenó la cueva y, poco a poco, el hechizo se fue desvaneciendo. La cueva se iluminó y el dragón comenzó a sonreír, haciéndose más pequeño y menos amenazante.
"¡Gracias, amigos! Ahora sé que ser diferente no significa ser solitario", dijo el dragón, feliz.
Con el hechizo roto, todos regresaron al claro de los sueños. Las elfas bailaron más alegres que nunca, y el dragón, que ahora era su amigo, se unió a ellos. Fue una noche mágica llena de risas, música y amistad.
"Nunca olvidemos que el valor y la empatía pueden cambiar el mundo, y que siempre hay espacio para todos en la alegría", reflexionó Joaquín.
Y así, los siete hermanos, las siete elfas y el dragón triste vivieron aventuras juntas, recordando que la verdadera magia reside en la amistad y en ayudar a los demás. Desde aquel día, el reino encantado brilló aún más, mientras sus corazones danzaban al ritmo de la alegría.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.