Los Juegos de la Magia en el Bosque Patagónico



En un rincón encantado del bosque patagónico, donde los árboles susurraban historias y la luz del sol jugueteaba entre las hojas, había una guardería muy especial. En ella, vivían duendes de todos los tamaños y colores. Eran pequeños traviesos que pasaban los días jugando, riendo y disfrutando de la magia del bosque.

Un día soleado, los duendes más pequeños, de apenas 3 años, se reunieron en un claro. Con sus gorros puntiagudos y sus risas contagiosas, comenzaron a jugar al Don Pirulero.

"- Yo tengo un don, y es un don muy bonito! - exclamó Pipí, el duende más pequeño, mientras giraba en círculos.

"- ¿Y yo? - intervino Rimi, agitando sus manitas - Yo tengo el mismo don porque todos somos especiales!".

Asombrados por la magia del juego, los más chiquitos se sumergieron en un mundo de alegrías, donde cada uno podía mostrar su talento. Pero, mientras tanto, los duendes de 4 años comenzaron a cantar la ronda de San Miguel, danzando en círculos alrededor de la gran roca que había en el centro del claro.

"- Vamos a cantar, vení a jugar – animó Lila, moviendo su cabello al viento - ¡La ronda de San Miguel comienza ya!"

Los más grandes, que tenían 5 años, decidieron que era hora de jugar a los juegos más emocionantes. Formaron grupos y empezaron a jugar a Martín Pescador, Huevo Podrido y Lobo Está.

"- ¡Yo soy el lobo! - gritó Timón, el duende fuerte, mientras corría detrás de sus amigos.

"- ¡No, no! ¡Es un juego peligroso! - dijo Nube, con una voz preocupada. - Hay que tener cuidado!".

Mientras tanto, entre risas y gritos, un estruendo resonó en el bosque. Todos los duendes se detuvieron, mirando a su alrededor con curiosidad.

"- ¿Qué fue eso? - preguntó Rimi, temblando un poco.

"- Vamos a investigar - sugirió Lila con valentía. - Juntos siempre es más divertido!"

Decididos, los duendes se armaron de valor y se acercaron al sonido. Al llegar a un arbusto, encontraron a un pequeño pajarito que había caído de su nido. El pobrecito estaba asustado y no podía volar.

"- ¡Pobre pajarito! - exclamó Pipí. - ¿Qué haremos?".

"- Debemos ayudarlo - dijo Nube, con dulzura. - Puede que su mamá lo esté buscando."

Con el espíritu de la amistad y la valentía, los duendes se pusieron manos a la obra. Formaron una cadena humana, pasándose al pajarito con mucho cuidado, hasta llegar a un árbol donde había un nido.

"- ¡Ahí está! - gritó Rimi, señalando el nido. - ¡Corre, Pipí! - ¡Pónete a su lado!"

Pipí, con mucha delicadeza, colocó al pajarito en su hogar nuevamente. Todos respiraron aliviados y felices.

"- ¡Lo logramos! - celebraron los duendes, abrazándose unos a otros, llenos de alegría. - Gracias por ayudarnos, Nube!".

"- No fue solo yo, fue un trabajo en equipo - respondió Nube, sonriendo.

Desde ese día, los duendes no solo jugaron en su guardería, sino que también aprendieron la importancia de la amistad y de ayudar a quienes lo necesitan. Y así, bajo la luz del sol patagónico, continuaron sus días llenos de juegos, risas y, sobre todo, mucho amor por la naturaleza y sus amigos.

FIN.

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