Los Juguetes de la Amistad



Había una vez en un barrio lleno de colores y risas, dos hermanos llamados Mateo y Sofía. Aunque se querían mucho, había algo que les entorpecía la felicidad: no compartían sus juguetes.

Mateo tenía una gran colección de autos de carrera, mientras que Sofía era la dueña de una impresionante colección de muñecas. Cada día, después de hacer los deberes, se encerraban en sus habitaciones, disfrutando de sus juguetes, pero sin atreverse a jugar juntos.

Un día, Sofía decidió que era hora de salir a jugar al patio. Con emoción, pensó que sería divertido correr y saltar al aire libre.

"¡Mateo! ¡Vamos a jugar afuera!" - gritó Sofía desde su habitación.

"No puedo, tengo que hacer una carrera con mis autos. ¡Vas a perder todo el tiempo!" - respondió Mateo, sin mirar la puerta.

Sofía sintió un nudo en el pecho. Miró por la ventana y vio cómo el sol brillaba. Decidió salir sola a jugar, mientras Mateo continuaba con su carrera.

Al mismo tiempo, un grupo de chicos del barrio se reunía en el parque cercano. Sofía pasó por el lugar y vio a otros niños corriendo y riendo juntos. Miró un momento cómo jugaban y su mirada se llenó de curiosidad. Se le acercó a un grupo de chicos mientras ellos compartían sus juguetes.

"¿Puedo jugar con ustedes?" - preguntó Sofía, con cierta timidez.

"¡Claro! Ven, esta es nuestra pelota. Todos jugamos juntos aquí" - dijeron los niños con entusiasmo.

Sofía se sintió feliz. Ese día, jugando en el parque, se olvidó por completo de las muñecas. Cada vez que le pasaban la pelota, más y más amigos se sumaban al juego. Justo en el momento más divertido, Sofía vio a Mateo asomándose por la reja.

"Sofía, ¿vas a dejarme afuera?" - preguntó él, sintiéndose un poco fuera de lugar.

"¡Mateo! Ven, aquí hay muchos amigos y estamos jugando!" - gritó ella emocionada.

Mateo dudó por un momento, mirando su habitación llena de autos. Sin embargo, el brillo de la alegría de su hermana lo convenció y decidió unirse al grupo. Se acercó y pronto comenzó a jugar con la pelota, riendo como nunca antes.

A medida que jugaban, Sofía y Mateo se dieron cuenta de lo divertido que era compartir el momento, no solo con los amigos, sino entre ellos mismos. Sus risas resonaban y pronto se sintieron más felices que nunca al ver lo bien que se llevaban.

Después de un rato, Sofía tuvo una idea brillante.

"Mateo, ¿por qué no traemos nuestros juguetes y jugamos juntos en el patio?" - sugirió.

"¡Sí, eso sería genial!" - respondió Mateo emocionado.

Así fue como, llenos de entusiasmo, regresaron a su casa. Sofía le llevó a Mateo sus muñecas, mientras él le mostraba sus autos de carrera. Juntos, empezaron a inventar historias; las muñecas viajaban en los autos y se organizaban carreras en el jardín.

Aquel día, descubrieron que la diversión era mucho más grande cuando compartían sus juguetes. El sol ya estaba bajo en el horizonte cuando terminaron su jornada de juego. Estaban cansados, pero felices.

"¿Por qué no hacemos esto todos los días?" - preguntó Mateo.

"Sí, ¡prometamos compartir más!" - sonrió Sofía, y juntos se dieron un abrazo.

Desde entonces, Mateo y Sofía aprendieron que compartir no solo les trajo más diversión, sino que también fortaleció su amistad. Cada día, los dos hermanos encontraban nuevas maneras de jugar juntos, combinando sus juguetes, inventando historias e incluso haciendo nuevos amigos en el camino.

Así, los juguetes se convirtieron en el puente que unió a dos hermanos, quienes descubrieron que la alegría de compartir era mucho más valiosa que tener todo para sí mismos. Y vivieron felices, jugando juntos en su mágico mundo de juguetes hasta que el sol se ponía cada día.

FIN.

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