Los Juguetes de Lucas



Era una tarde soleada en la casa de Lucas. La mamá de Lucas, la señora María, había estado organizando y limpiando la sala de estar. Sin embargo, al mirar alrededor, se encontró con una escena que la dejó muy preocupada. Juguetes tirados por todos lados, un libro deshojado en el suelo y a Lucas, de ocho años, sentadito en el sillón, absorto en su celular y llorando.

"¡Lucas!" - exclamó María con ternura pero también con firmeza. "¿Qué ha pasado con tus juguetes? Mira todo este lío."

Lucas, con los ojos llenos de lágrimas, levantó la vista. "No sé, mamá... Mi amigo se fue y no tengo nada que hacer. Solo estaba mirando unos videos porque no quiero jugar solo."

María se acercó, se sentó a su lado y acarició su cabello. "Entiendo que te sientas solo, pero ¡hay un mundo de diversión justo aquí! ¿Qué pasó con todos tus juguetes? Antes te encantaba jugar con ellos."

"Pero mamá, son viejos y no son tan divertidos como los videos que veo. Todo el mundo juega con cosas diferentes. Yo quiero lo que tienen los otros niños."

María suspiró. "Eso es cierto, pero a veces nos olvidamos de lo que tenemos. Te propongo un juego. ¿Qué te parece si juntos hacemos un gran concurso de juguetes? ¿Te animas?"

Los ojos de Lucas se iluminaron un poco. "¿Cómo es eso?"

"Mirá, podemos juntarlos, poner música y organizar una carrera. Cada juguete tiene algo especial. Así que, ¡el que llegue primero a la meta será el campeón! ¿Te parece?"

Lucas comenzó a sonreír. "¡Sí! Pero no creo que mis juguetes sean buenos para eso. Algunos están rotos y otros ni funcionan."

María sonrió. "Eso no importa, cariño. Podemos arreglar algunos juntos. Y aquellos que no se puedan usar, podemos reciclarlos y hacer algo nuevo, como un arte. ¿Qué te parece?"

Lucas se secó las lágrimas y empezó a entusiasmarse. "¡Okaaaay! Vamos a hacerlo."

En un rincón de la sala, María y Lucas comenzaron a recoger los juguetes. Cada uno que levantaban contaba una historia. Un dinosaurio de plástico que había sido el rey de una batalla, una muñeca que había ido de vacaciones, y un camión que había transportado todos los juguetes a la luna. La creatividad de Lucas comenzaba a brotar de nuevo, su imaginación ya no estaba atrapada en la pantalla del celular.

"Mirá este!" - dijo Lucas riendo, levantando un pato de goma que había estado escondido debajo del sofá. "Es el primer pato astronauta del universo. ¡Y está listo para volar!"

"¡Genial! Y este..." - dijo María levantando un peluche pequeño. "Este oso va a ser el asistente del pato. ¡Listo para ayudarlo en su misión!"

Cuando al fin todo estuvo recogido, comenzaron la carrera. Cada juguete tenía su propio recorrido, y la risa llenó la casa mientras mamá y Lucas competían para ver cuál llegaba primero. En medio de risas, caídas y mucho entusiasmo, Lucas se dio cuenta de lo divertido que podía ser jugar con lo que ya tenía.

Al terminar el juego, Lucas miró todo el desorden que habían hecho juntos y sonrió. "Podemos hacer esto todos los días, ¿verdad?" - dijo, entusiasmado.

María lo abrazó y respondió. "Claro, pero también tenemos que encontrar un momento para guardar todo. Así siempre tendremos espacio para imaginar y crear nuevas aventuras. ¿Te parece?"

Lucas asintió, ya no se sentía solo y, lo más importante, había redescubierto la alegría de jugar con lo que ya tenía.

Desde ese día, Lucas y María hicieron un hábito de revisar sus juguetes y crear juegos divertidos en casa. El celular pasó a un segundo plano y su imaginación se convirtió en la mayor fuente de diversión. Aprendió que no necesitaba cosas nuevas todo el tiempo, sino que podía disfrutar de lo que ya tenía junto a su mamá, quien siempre estaba dispuesta a ayudarlo a crear grandes aventuras.

Por eso, cada vez que la señora María veía a su hijo feliz, se daba cuenta de que un pequeño gesto, como jugar y re imaginar, podía cambiar un llanto por una risa.

FIN.

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