Los lápices de la imaginación



Había una vez un niño llamado Tomás, a quien le encantaba dibujar. Pasaba horas y horas coloreando en su cuaderno con sus lápices de colores, creando mundos llenos de magia y aventuras.

Un día, mientras paseaba por el parque, encontró una misteriosa caja abandonada debajo de un árbol. Intrigado, Tomás abrió la caja y descubrió que estaba llena de lápices de colores brillantes y hojas en blanco.

Sin dudarlo, agarró algunos lápices y comenzó a dibujar en una hoja. Para su sorpresa, todo lo que dibujaba cobraba vida: los árboles bailaban al compás del viento, los pájaros cantaban melodías alegres y las nubes formaban figuras caprichosas en el cielo.

Tomás no podía creer lo que veían sus ojos. Emocionado, decidió llevar la caja a su casa para seguir experimentando con ella. Cada día creaba nuevos dibujos llenos de color y alegría, convirtiendo su habitación en un verdadero mundo mágico.

Un día, mientras dibujaba un castillo encantado con dragones voladores, escuchó una voz proveniente de la hoja de papel. Era un pequeño dragón que había cobrado vida gracias a su imaginación. "-¡Hola! ¡Soy Draco! ¿Quieres ser mi amigo?" preguntó el simpático dragón.

Tomás sonrió emocionado y asintió con la cabeza. Desde ese día, él y Draco vivieron increíbles aventuras juntos: exploraron bosques encantados, surcaron mares tempestuosos e incluso viajaron a planetas lejanos donde conocieron seres extraterrestres amigables.

Pero un día algo inesperado ocurrió: la caja de dibujos empezó a perder su magia poco a poco. Los colores se desvanecían y las criaturas creadas por Tomás comenzaban a desaparecer lentamente.

Preocupado, Tomás decidió buscar una solución para salvar su mundo mágico. Con la ayuda de Draco y otros personajes fantásticos que había creado, emprendió un viaje hacia lo más profundo del bosque donde se encontraba el Árbol Sagrado, fuente de toda la magia del mundo de los dibujos.

"-¡Tenemos que encontrar una manera de devolverle la magia a nuestra tierra!" exclamó Tomás determinado. Tras superar diversos obstáculos y resolver acertijos difíciles, finalmente llegaron al Árbol Sagrado.

Allí descubrieron que la magia se estaba desvaneciendo porque Tomás ya no creía tanto en sí mismo como al principio. Consciente de esto, Tomás cerró los ojos con fuerza y recordó todas las maravillosas aventuras que había vivido gracias a su imaginación.

Con cada recuerdo feliz que afloraba en su mente, la magia regresaba con más fuerza hasta inundar todo el lugar. Al abrir los ojos nuevamente vio cómo los colores recuperaban su brillo original y las criaturas volvían a moverse felices por el mundo mágico creado por él mismo.

"-¡Lo logramos!" gritó emocionado mientras abrazaba a Draco y al resto de sus amigos fantásticos.

Desde ese día en adelante Tomás siguió creando sin parar en su cuaderno pero ahora sabía que la verdadera magia residía dentro de él mismo; esa chispa creativa e infinita capaz de dar vida a mundos enteros con tan solo unos trazos coloridos sobre papel.

FIN.

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