Los lápices mágicos de Laureano
Había una vez un niño llamado Laureano Bello Bueno, quien vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y árboles. Desde muy pequeño, a Laureano le apasionaban los dibujitos.
Pasaba horas y horas coloreando y pintando con sus lápices de colores. Un día, mientras caminaba por el bosque en busca de inspiración para sus dibujos, Laureano encontró una caja mágica escondida entre las ramas de un viejo roble.
Intrigado, la abrió lentamente y dentro descubrió una serie de lápices especiales que nunca antes había visto. - ¡Wow! ¡Qué maravilla! -exclamó emocionado-. Estos lápices tienen poderes mágicos. Laureano decidió probarlos inmediatamente y tomó uno de color rojo.
Al tocar el papel con él, su dibujo cobró vida y salió del papel como si fuera real. Fascinado por este nuevo poder, empezó a experimentar con cada uno de los lápices.
Con el lápiz azul podía crear agua que fluía libremente sobre el papel; con el amarillo podía hacer aparecer rayos de sol brillantes; con el verde daba vida a plantas y flores hermosas; mientras que con el negro podía crear sombras profundas. Pero lo más sorprendente fue cuando Laureano utilizó el lápiz dorado.
Al tocarlo al papel, se abrió un portal mágico que lo llevó a un mundo completamente diferente: ¡el mundo de los dibujitos! Allí encontró a personajes animados como ositos cariñosos, princesas encantadoras y superhéroes valientes.
Todos ellos vivían en armonía y felicidad, pero algo extraño estaba sucediendo. Los colores de sus dibujos estaban desapareciendo, volviéndose oscuros y grises. Laureano se dio cuenta de que era el único que podía ayudar a los personajes a recuperar sus colores.
Entonces decidió utilizar todos sus lápices mágicos para crear dibujos llenos de vida y alegría. Con cada trazo, Laureano devolvía la sonrisa a los ositos cariñosos, el brillo a las coronas de las princesas y el valor a los superhéroes.
Pero no todo fue tan fácil como parecía, ya que un malvado villano llamado Manchitas intentaba detenerlo. Manchitas era una criatura sombría que absorbía todos los colores con su poder oscuro.
Pero Laureano no se rindió; utilizó su lápiz negro para crear una sombra gigante que envolvió al villano y lo hizo desaparecer. Al finalizar su misión, Laureano regresó al mundo real con una gran sonrisa en el rostro.
Haber ayudado a los personajes animados le enseñó la importancia del color y la alegría en nuestra vida diaria. Desde aquel día, Laureano siguió dibujando con pasión y compartiendo sus creaciones con todos los niños del pueblo.
Sus dibujitos llenaron de alegría cada rincón: las paredes del colegio, el hospital e incluso el asilo de ancianos. Laureano Bello Bueno demostró que con amor, creatividad y un poco de magia, podemos hacer del mundo un lugar más bello y lleno de color.
Y así, Laureano vivió feliz para siempre, compartiendo su talento con todos los que lo rodeaban.
FIN.