Los Magos de la Alegría



En la pequeña escuela del barrio, donde el sol brillaba intensamente y los niños corrían jugando por el patio, había algo extraño en el aire. Los adultos que vivían alrededor de la escuela parecían siempre malhumorados. Don Ramón, al que todos llamaban ‘Don Rompecabezas’ porque siempre encontraba un problema en todo, y Doña Clotilde, conocida como ‘Doña Cazadora de Quejas’, pasaban sus días cruzándose de brazos y frunciendo el ceño al ver a los niños divertirse.

Una mañana, en la escuela, se organizó una feria de talentos. Los niños estaban emocionados. María, una niña risueña de grandes ojos brillantes, decidió que participaría con un espectáculo de magia.

"Voy a hacer magia y a mostrarles lo que se siente ser feliz con las sorpresas de la vida", dijo.

"¡Eso sí que va a ser genial!", gritó Pablo, un niño muy creativo que siempre tenía ideas divertidas.

Don Rompecabezas y Doña Cazadora de Quejas, al enterarse, hicieron un gran escándalo.

"Eso no puede ser, la magia no es un talento, y además… ¡son solo niños!" exclamó Doña Clotilde.

"Exacto, ¿quién puede confiar en la magia?", añadió Don Ramón, mientras miraba desde la ventana.

Los niños no se dejaron desanimar y se esforzaron mucho para hacer su espectáculo. Se pintaron la cara, prepararon trucos y hasta algunos incluso practicaron pequeños actos de equilibrio. Sin embargo, cuando llegó el día de la feria, Don Ramón y Doña Clotilde decidieron ir a la escuela, no para disfrutar del espectáculo, sino para criticarlo.

Al comenzar el show, el primer truco de María fue hacer desaparecer un pañuelo.

"¡Qué tonto!", murmuró Doña Clotilde.

"Eso no tiene sentido, ¿cómo va a hacer magia con eso?", se quejaba Don Ramón.

Pero a medida que el espectáculo avanzaba, las risas comenzaron a llenar el ambiente. Los niños hacían reír y celebrar a todos. Don Ramón y Doña Clotilde, a pesar de sus quejas, comenzaron a sentir algo raro en sus corazones. Era una chispita emocionante que no lograban identificar.

Entonces, llegó el turno de Pablo, que iba a hacer malabares con pelotas. Mientras lo hacía, se le cayó una pelota, y una niña del público empezó a reír y a aplaudir.

- “¡Eso fue genial, Pablo! ¡Hacelo de nuevo!", gritaron los demás.

Don Ramón y Doña Clotilde se miraron.

- “No puedo creer que eso les haya hecho tan felices”, dijo Don Ramón mientras esbozaba una pequeña sonrisa.

- “Es solo un niño”, protestó Doña Clotilde, pero su voz sonaba diferente, menos crítica, más curiosa.

Los trucos de magia, los malabares, los bailes y las canciones continuaron y la feria se llenó de alegría. Finalmente, llegó el gran cierre: María, con una capa brillante y una varita mágica, reunió a todos los niños.

"¡Voy a hacer aparecer a nuestros papás y adultos para que se diviertan con nosotros!", dijo contando hasta tres.

Y justo en ese momento, una explosión de brillantina iluminó el escenario. Las risas aumentaron, pero Don Ramón y Doña Clotilde no supieron qué hacer. De repente, se sintieron parte de ese mundo mágico que hasta ese momento les había parecido tan lejano.

"¿Qué pasa si nos unimos a ellos?", preguntó Don Ramón, casi sin darse cuenta.

"Quizás, solo quizás, podamos intentarlo", dijo Doña Clotilde, dando un paso adelante.

Con el corazón palpitante, los adultos se acercaron. Los niños, al verlos, comenzaron a aplaudir.

"¡Vengan! ¡Hagan magia con nosotros!", gritaron todos al unísono.

Y en un instante, la crítica se convirtió en juego. Don Ramón intentó malabarear con una pelota y su risa resonó por el patio. Doña Clotilde se unió al baile, dejando de lado su seriedad y dejándose llevar por la música.

Al final, mientras los adultos abrazaban a los niños, Don Ramón y Doña Clotilde se miraron, comprendiendo que habían pasado demasiado tiempo entre quejas y críticas para darse cuenta de la magia que les rodeaba.

"¡Esto es lo mejor que he hecho en años!", exclamó Don Ramón.

"Nunca pensé que el juego fuera tan... divertido", sonrió Doña Clotilde.

Y así, en aquel patio de la escuela, donde la maldad se mutaba en diversión, los adultos decidieron dejar sus desencuentros atrás, convirtiéndose en los nuevos compañeros de juegos.

FIN.

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