Los Mimos, las Bailarinas y la Bruja de la Manzana



Era una vez, en un rincón mágico del bosque, tres mimos que se sentían muy, pero muy tristes. Su nombre era Nino, Tino y Lino. No sabían por qué, pero siempre que intentaban hacer reír a la gente, los espectadores solo les ofrecían sonrisas apagadas y suspiros.

Un día, mientras estaban en un claro, dos bailarinas salieron de un cuento colorido lleno de luces y música, llamada Luna y Estrella.

- ¡Hola, mimos! - gritó Luna, danzando alrededor de ellos - ¿Por qué tan tristes?

- No logramos hacer reír a nadie - respondió Tino, con su rostro pintado de blanco y una mueca de desilusión. - Todos se ven tan apáticos.

- ¿Y no han probado a hacer algo diferente? - preguntó Estrella, sonriendo con gracia.

- ¿Diferente? - preguntó Lino, rascándose la cabeza.

En ese momento, una niebla brillante se creó en el aire y, de ella, emergió una bruja con un sombrero puntiagudo y una gran sonrisa. Llevaba una canasta llena de brillantes manzanas.

- ¡Hola, queridos! - dijo la bruja mientras movía su varita. - Soy la Bruja Manzana, y vengo a enseñar a las brujas a hacer algo muy especial. ¿Quieren ver?

Los mimos, intrigados, asintieron con la cabeza. La bruja levantó una manzana roja y dijo:

- Esta manzana tiene un poder mágico. Si alguien la prueba con un corazón alegre, podrá transmitir alegría a los demás. ¡Pero cuidado! Si alguien lo hace con tristeza, la tristeza se multiplicará.

Nino, que era el más aventurero de los tres, llamó a la bruja:

- ¡Yo quiero probarla! Tal vez encuentre la felicidad de nuevo.

- No, espera, Nino - advirtió Luna. - Tal vez la alegría no se encuentra en una manzana. Quizás deberías encontrarla dentro de ti mismo.

- ¡Sí! - agregó Estrella. - La tristeza no puede solucionarse con un frutal mágico. Hay que buscar la alegría a través de nuestros propios corazones.

Pero Nino, animado por la idea de una solución rápida, tomó la manzana y le dio un mordisco. En ese instante, su cara se iluminó, pero luego algo extraño ocurrió: la niebla oscura se disipó y su tristeza se transformó en risas... pero no para él, sino para todos a su alrededor.

- ¿Qué está pasando? - preguntó Tino, mientras veía a la gente del bosque reírse sin parar.

- ¡Miren! - gritó Lino, al darse cuenta de que la alegría de Nino se estaba esparciendo por todo el lugar.

Sin embargo, Nino pronto comprendió que su alegría no podía ser compartida así. - ¡Para, para! - gritó desesperado. - ¡No quiero hacer reír a todos sin sentirlo! Necesito mi sonrisa.

La Bruja Manzana, viendo el alboroto, le respondió:

- La felicidad no se crea de una bocanada, ¡sino de pequeños momentos! ¿Cuál fue la última vez que te sentiste realmente feliz?

- Cuando hacíamos cosas juntos - reflexionó Tino, recordando los momentos compartidos entre los mimos.

- ¡Sí! - exclamó Lino. - Lo que nos hizo felices fueron las pequeñas cosas, las risas, los juegos entre nosotros.

Entonces las bailarinas comenzaron a danzar, llenando el aire de música que tocaba los corazones de los mimos. Pero en vez de enfocarse solo en sí mismos, empezaron a hacer gestos divertidos entre ellos.

- ¡Miren qué gracioso soy cuando me pego un tropezón! - dijo Nino, haciéndose caer de manera exagerada.

- ¡Y yo soy un pez fuera del agua! - exclamó Lino, haciendo movimientos cómicos.

- ¡Yo soy el rey de la tristeza! - se quejó Tino, fingiendo estar muy melancólico, lo que provocó risas entre la audiencia.

La combinación de la danza y la actuación de los tres mimos creó un entorno lleno de alegría. Así fue como Nino, Lino y Tino descubrieron que la verdadera felicidad se compartía en el amor y en la amistad.

Con una sonrisa sincera, Nino se acercó a la Bruja Manzana:

- Gracias por enseñarnos que la verdadera magia está dentro de nosotros. No solo en manzanas mágicas.

La bruja sonrió, asintiendo con comprensión:

- Ese es el verdadero misterio de la felicidad, mis queridos mimos. Y ahora, vuelvan a sus corazones la alegría que tanto buscan.

Desde ese día, los mimos ya no se sintieron solos ni tristes. Cada vez que deseaban una risa, se acordaban de bailar y de compartir momentos felices juntos. Y a veces, las bailarinas, volvían del cuento para unirse a su juego, alegrando aún más sus días.

Así fue como en el rincón mágico del bosque, los mimos y las bailarinas vivieron felices y compartieron su alegría con todos, recordando que la verdadera felicidad se enriquece cuando es compartida.

FIN.

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