Los misterios del hospital



Una tranquila noche en el hospital, Clara, la enfermera, estaba por terminar su ronda. Mientras revisaba las habitaciones, el silencio lo cubría todo, creando un ambiente de calma. Sin embargo, de repente, unos ruidos extraños provenientes de la planta baja la hicieron detenerse.

- ¿Qué será eso? - murmuró Clara, con curiosidad pero también un poco de temor.

Decidida a investigar, bajó lentamente las escaleras. Cada paso que daba resonaba en la oscura planta baja del edificio. Los ruidos parecían provenir de la sala de juegos, y Clara, con su linterna en mano, se acercó cautelosamente.

Al abrir la puerta, encontró un grupo de pequeños animales: un conejito, un perro jugando con una pelota, y hasta un pequeño gato que parecía asustado. Clara se sorprendió, no podía creer lo que veía.

- ¡Hola, pequeños! - exclamó, sonriendo. - ¿Qué están haciendo aquí a esta hora?

El conejito, con su voz temblorosa, respondió:

- Nos escapamos de la casa de la señora María. Hay tanta soledad allí. Queríamos ver el mundo.

- Pero este es un hospital. No es un lugar para juguetear. - aclaró Clara, tratando de ser firme, aunque en su corazón sabía que era importante comprender sus sentimientos.

- Lo sabemos, lo sabemos. - dijo el perrito, moviendo su cola. - Pero este lugar parece mágico. Hay tantos colores y sonrisas aquí.

Clara se agachó y miró a los pequeños animales a los ojos. - Entiendo que quieran explorar, pero debemos asegurarnos de que todos estén seguros. ¿Qué tal si hacemos una aventura nocturna juntos dentro de los límites de este hospital?

Los animales se miraron entre sí, emocionados.

- ¡Sí! ¡Una aventura! - gritaron al unísono.

Clara les propuso un pequeño recorrido: primero, visitar la sala de arte donde los pacientes dibujaban y pintaban. Allí, todos se sorprendieron al ver que los dibujos prendían vida. Un pez dorado saltó del papel y nadó alrededor de los animales, haciéndolos reír.

- ¡Esto es increíble! - dijo el gatito, tratando de atrapar al pez con sus patitas.

Después, pasaron por la sala de maternidad, donde los bebés dormían plácidamente. Clara susurró:

- Miren, están soñando con aventuras mágicas, igual que nosotros. - Los animales se quedaron maravillados ante la ternura de los pequeños.

Continuaron su travesía hacia la sala de fisioterapia. Allí conocieron a un anciano que, al verlos, se iluminó la cara.

- ¡Hola, pequeños amigos! - les dijo. - ¿Saben? Solía tener un perro que siempre me hacía compañía. Me encantaba jugar con él.

Los ojos del perro brillaron. - Yo también quiero jugar contigo, señor. - Y así, el anciano empezó a lanzar un pelotita, ¡y el perro corría feliz por el pasillo!

La velada continuó con risas y alegría, pero pronto fue hora de regresar. Clara, con una mezcla de nostalgia y felicidad, dijo:

- Ahora, pequeños, es el momento de regresar a su hogar.

- Pero no queremos irnos. - dijo el conejito con un susurro.

- Lo sé, pero este hospital necesita que ustedes estén donde pertenecen. - respondió Clara. - Pero siempre pueden volver a visitarnos, y yo les prometo que habrá muchas más aventuras.

Los animales, aunque un poco tristes, comprendieron. Clara los acompañó de regreso al jardín de la señora María, cuyo rostro se iluminó al ver que los pequeños amigos habían regresado sanos y salvos.

- Gracias, Clara, por cuidar de ellos. - dijo la señora María, sonriendo. - Prometo que estarán bien, así como tú lo fuiste esta noche.

- Siempre estaré para cuidar a mis pacientes, la alegría de ellos es mi alegría. - respondió Clara, sintiéndose orgullosa de haber hecho nuevos amigos.

Al final de la noche, Clara volvió al hospital con el corazón muy lleno. Había entendido que el lugar, aunque a veces parecía solitario, tenía el poder de unir a las personas y los animales, creando vínculos que trascienden la soledad.

Desde entonces, cada vez que escuchaba ruidos extraños, sonreía al recordar su aventura nocturna, y nunca más tuvo miedo de lo desconocido.

FIN.

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