Los Notables Amistosos
Érase una vez en un barrio alegre y bullicioso, un grupo de chicos que siempre jugaban juntos en la plaza. Sin embargo, había una gran rivalidad entre Dan, Leo y Mauro. Cada vez que se encontraban, algo pasaba y empezaban a pelearse. La razón era simple: cada uno quería demostrar que era el mejor en el fútbol.
Un día, mientras discutían sobre quién era el mejor jugador, Mauro dijo: "Yo soy el rey del fútbol y nadie puede vencerme!"
Leo, con sus ojos chispeantes, respondió: "Eso no es cierto, ¡hace poco te gané en un tiro libre!"
Dan se cruzó de brazos y exclamó: "Chicos, ¡no importa lo que digan! Yo soy el más rápido y les puedo ganar a los dos con los ojos cerrados!"
El clima se tensionó y, en un abrir y cerrar de ojos, estaban rodando por el suelo, dando empujones y tratando de demostrar su fuerza. Pero el ruido de su pelea atrajo la atención de Ana, una chica que siempre los observaba desde la distancia. Decidió acercarse y decirles: "¿De verdad creen que pelear es la manera de demostrar quién es el mejor?"
Los chicos se detuvieron, sorprendidos por su pregunta.
"¿Y qué otra manera hay?" - contestó Mauro un poco confundido.
Ana sonrió y respondió: "Pueden jugar un partido. Así, el que gane será el mejor, pero sin pelearse. El fútbol es un juego, no una guerra."
Intrigados por la idea, los chicos decidieron aceptar el desafío. Convocaron a más amigos, y se formaron dos equipos: el equipo de Mauro y el equipo de Leo. Dan, siempre en el medio, intentó no involucrarse demasiado.
El día del partido, todos estaban muy emocionados. Ana fue la encargada de ser la árbitra. Al comenzar el juego, los chicos se dieron cuenta de lo mucho que disfrutaban jugar juntos. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que alguna falta aquí y allá comenzara a calentar los ánimos nuevamente.
"¡Esa fue falta!" - gritó Leo mientras se caía al suelo.
Mauro, sin querer, tropezó con él y exclamó: "¡No era falta, fue un choque!"
Ana se interpuso y les dijo: "Chicos, si quieren disfrutar, tienen que jugar con respeto. Recuerden, no se trata solo de ganar, sino también de divertirse juntos. ¿No quisieran hacer un trato?"
Los niños se miraron entre sí, intrigados.
"¿Qué trato?" - preguntó Dan.
Ana propuso: "Si se comprometen a jugar limpio, les prometo que ambas partes estarán contentas al final del juego, sin importar quién gane. ¿Qué opinan?"
Los chicos decidieron aceptar el trato. Poco a poco, comenzaron a divertirse de verdad. Comenzaron a pasarse la pelota, a animarse y a disfrutar el juego. La rivalidad que antes los separaba fue desapareciendo y, en su lugar, apareció una sana competitividad.
Finalmente, el partido terminó en empate, pero en lugar de pelearse, empezaron a reírse y a celebrar el juego.
"¡¿Vieron? ! Eso fue genial!" - exclamó Dan emocionado.
"Sí, ¡hay que hacerlo de nuevo!" - dijo Mauro.
"Y yo creo que deberían venir a casa a jugar, así tenemos una práctica más!" - propuso Leo.
Desde aquel día en adelante, los tres chicos no solo jugaron fútbol, sino que se volvieron grandes amigos. Ya no les importaba quién era el mejor, lo que realmente importaba era disfrutar cada momento juntos. La plaza se llenó de risas y el eco de sus juegos. Ana, con una sonrisa satisfecha, se unió a ellos y se convirtió en su mejor compañera de fútbol. Así, la rivalidad se transformó en una amistad inquebrantable.
Y así, los chicos aprendieron que ganar no es lo más importante, sino disfrutar del tiempo juntos y valorarse como amigos. Cada vez que se acuerdan de aquel partido, recuerdan lo que realmente importa en la vida: la diversión, la alegría y, por sobre todo, la amistad.
FIN.