Los Nuevos Amigos de Richard
Había una vez en un pequeño barrio, un grupo de amigos inseparables: Mariela, Tomás, y Lucas, quienes siempre jugaban juntos en el parque. Ellos tenían su propio mundo y decidieron que era solo para ellos. Cada vez que otro niño se acercaba, ellos se miraban y se reían en voz baja, haciendo que cualquier otro niño se sintiera incómodo.
Un día, llegó un niño nuevo al barrio llamado Richard. Richard era curioso y lleno de energía. Cuando lo vio, pensó: "¡Quiero jugar con ellos!". Se acercó despacito y les dijo:
"¡Hola! Soy Richard. ¿Puedo jugar con ustedes?"
Los tres amigos se miraron entre sí y Tomás, el más pequeño del grupo, respondió:
"No, este es nuestro lugar. No te necesitamos aquí."
Richard sintió como se le apretaba el corazón. Mientras se alejaba, se dio cuenta de que a nadie le gustaba sentirse excluido y hizo un pequeño gesto de tristeza. Sin embargo, no se rindió.
Al día siguiente, Richard decidió regresar al parque con una idea en mente. Llevó unas pelotas, una cuerda para saltar y una gran sonrisa. Mientras los tres amigos estaban en un rincón, Richard se acercó e hizo algo inesperado:
"¡Miren! Si quieren, podemos jugar a la cuerda juntos. ¡Es muy divertido!"
Mariela miró a los demás dudando:
"Pero... no creo que quiera jugar con alguien que no sea de nuestro grupo."
Lucas, que siempre había sido el más aventurero, finalmente dijo:
"Oye, ¿qué tenemos que perder? Tal vez, jugar con él sea divertido."
Tomás casi a punto de oponerse, vio la alegría en el rostro de Richard y cambió de idea:
"Bueno, está bien, ¿por qué no?"
Richard se iluminó con esa respuesta tan inesperada:
"¡Genial! ¡Abran espacio!"
Los amigos, algo reacios al principio, se unieron a Richard mientras mostraba cómo jugar con la cuerda. Al principio, solo veían cómo Richard saltaba y pescaba sus pelotas mientras reía. Pero poco a poco, comenzaron a acompañarlo. En poco tiempo, todos estaban saltando y riendo juntos.
El juego se convirtió en el puente que unió a estos cuatro niños. En cada salto compartido, se reían y se animaban, olvidando por completo que al principio no se aceptaban. Lograron hacer equipo y aunque al principio no tenían mucha coordinación, cada vez hacían saltos más altos.
Al finalizar la tarde, se sentaron todos juntos en el suelo, cansados pero felices.
"Nunca pensé que jugar con vos fuera tan divertido, Richard," dijo Mariela.
"Sí, ¡me encantó!" añadió Lucas.
Richard, sonriendo, respondió:
"¡Yo también! Todos juntos podemos hacer cosas increíbles."
A partir de ese día, el grupo se amplió y no eran solo tres amigos, sino cuatro. Richard se convirtió en una parte importante del grupo y, con el tiempo, no solo jugaban entre ellos, sino que invitaron a otros niños del barrio a unirse.
En el parque comenzamos a escuchar risas que venían de todas partes y, más importante aún, todos aprendieron que jugar con más amigos hace que la diversión sea aún más grande.
Así, en vez de cerrar su círculo, el grupo de amigos se volvió mucho más grande y lleno de alegría. Todos estaban felices porque se dieron cuenta de que no hace falta ser un grupo cerrado para disfrutar juntos. Al final del día:
"¡Los amigos son mejores cuando son más!" afirmaron todos a la vez, riendo a carcajadas.
Y colorín colorado, esta historia se ha acabado. Pero no sin antes recordar que siempre hay espacio para un nuevo amigo en nuestro juego.
FIN.