Los ojos de Lucía



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, vivía una niña llamada Lucía. Lucía tenía ojos marrones y siempre había deseado tener ojos de otro color, como sus amigas que tenían ojos verdes o azules.

Un día, mientras caminaba por el bosque cercano a su casa, encontró un extraño objeto brillante en el suelo. Al acercarse, descubrió que era un par de gafas mágicas.

Sin pensarlo dos veces, se las puso y de repente todo a su alrededor cambió. Lucía se encontraba ahora en medio de un hermoso jardín lleno de flores multicolores. En ese momento apareció un simpático conejito blanco llamado Floppy. "Hola Lucía", dijo el conejito con una sonrisa.

"Bienvenida al Jardín Encantado". Lucía estaba sorprendida pero emocionada por esta nueva aventura. El conejito le explicó que las gafas eran mágicas y le permitían ver la belleza oculta en todas las cosas del mundo.

Juntos comenzaron a explorar el jardín y cada vez que Lucía miraba algo a través de las gafas mágicas, podía verlo de manera diferente y especial.

Las flores cobraban vida y parecían bailar al ritmo del viento, los árboles susurraban melodías dulces y los animales hablaban entre sí. En su recorrido por el Jardín Encantado, Lucía conoció a otros personajes maravillosos como Lila la mariposa parlanchina y Max el perro juguetón.

Cada uno de ellos tenía una historia especial que compartir y enseñarle a Lucía. Lila le contó sobre la importancia de ser valiente y confiar en sí misma, incluso cuando las cosas parecían difíciles.

Max le enseñó que la verdadera belleza está en el interior y que lo más importante es ser amable con los demás. Lucía comenzó a darse cuenta de lo afortunada que era por tener ojos marrones. Aprendió a apreciar su color único y se dio cuenta de que no necesitaba cambiar para ser especial.

Sus ojos marrones eran parte de quién era y eso era algo hermoso. Después de pasar un tiempo maravilloso en el Jardín Encantado, Lucía decidió regresar a casa.

Se despidió del conejito Floppy, Lila y Max, prometiéndoles que siempre recordaría las lecciones aprendidas. Cuando Lucía volvió al pueblo, se quitó las gafas mágicas pero llevaba consigo todo lo aprendido en el Jardín Encantado.

Comenzó a ver el mundo con nuevos ojos, apreciando cada pequeña cosa y compartiendo su sabiduría con sus amigos. Desde ese día en adelante, Lucía valoraba sus ojos marrones como un tesoro especial. Sabía que no importaba el color de sus ojos, sino cómo los usara para ver la belleza del mundo.

Y así fue como Lucía descubrió que los ojos marrones podían ser tan maravillosos como cualquier otro color.

A partir de entonces, ella se convirtió en una niña llena de alegría, amor propio y una visión única para apreciar la belleza en todo lo que la rodeaba. Y colorín colorado, esta historia ha terminado, pero el amor propio y la valoración de uno mismo siempre continuarán.

FIN.

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