Los Ojos de Lula
Lula era una niña con unos ojos muy grandes, que brillaban como estrellas en la noche. Su curiosidad no tenía límites y su capacidad de observar el mundo la hacía especial. Cada día, recorriendo el barrio, notaba detalles que los demás parecían ignorar: el canto de un pájaro que aprendía a volar, las nubes que jugaban en el cielo, y la sonrisa tímida de su vecino, el señor Gerardo.
Un día, mientras exploraba el parque, Lula se encontró con sus amigos: Mateo, una niña inquieta con un tambor, y Sofía, que siempre llevaba un libro bajo el brazo.
"¡Chicos!", exclamó Lula. "Hoy vamos a observar todo lo que nos rodea. Luego, compartiremos lo que encontramos."
"¿Qué cosa vamos a observar?", preguntó Mateo, golpeando su tambor con un pie.
"Todo, desde las hojas hasta las mariposas. ¡Vamos!" respondió Lula emocionada.
Así, los tres amigos comenzaron a recorrer el parque. Lula notó algo extraño: "¿Se dan cuenta de que las flores están un poco marchitas?"
"Es cierto!", dijo Sofía, cerrando su libro. "Tal vez necesitan más agua."
"¡Vamos a averiguarlo con la señora Rosa!", sugirió Lula, recordando que ella cultivaba un hermoso jardín.
Caminaron hasta la casa de la señora Rosa, quien siempre estaba dispuesta a compartir su conocimiento. Al llegar, Lula preguntó:
"Señora Rosa, ¿cómo podemos ayudar a las flores del parque? ¿Qué necesitan?"
La señora Rosa sonrió y les explicó: "Las flores necesitan agua y amor. Sin amor, aunque las riegues, no crecerán."
Intrigada, Lula preguntó:
"¿Y cómo podemos darles amor a las flores?"
"Observándolas, cuidándolas, y dándoles un poco de nuestra atención", respondió la señora Rosa.
Esa respuesta hizo que Lula reflexionara. Decidió organizar un día de cuidados para las flores del parque junto a sus amigos. Era necesario más que solo agua, era momento de darles afecto.
"¡Haremos un club de flores!", exclamó Lula. "Nos reuniremos todos los sábados para cuidarlas."
Los amigos estaban entusiasmados. Al finalizar la semana, varios niños del barrio se unieron a Lula, Mateo y Sofía. Todos intentaron recordar lo que había dicho la señora Rosa:
"Hay que mirar bien a las flores y quererlas". Vamos a hacer un dibujo de cada flor, así las recordamos, propuso Mateo.
Un día, cuando ya era tarde y se acercaban los días de lluvia, una tormenta comenzó a formarse y los niños se preocuparon.
"- Lula, ¿y si las flores no sobreviven?", preguntó Sofía con miedo.
"No se preocupen, si hacemos un refugio temporal, podrán estar a salvo mientras pasa esta tormenta", dijo Lula, que siempre encontraba una solución. Entonces, entre todos, construyeron un pequeño refugio con ramas y hojas para proteger las flores.
Cuando la tormenta pasó, todos estaban ansiosos por ver el jardín. Al llegar, encontraron que algunas flores estaban limpias y radiantes, mientras que otras se habían marchitado.
"- ¡No se preocupen! Ahora sabemos que aunque algunas se marchitan, siempre podemos volver a cuidarlas y darles amor", dijo Lula con su mirada brillante.
Con el tiempo, las flores comenzaron a florecer otra vez. Los niños aprendieron a valorar la belleza de cada una de ellas, incluso de aquellas que habían pasado por momentos difíciles.
La experiencia no solo les enseñó sobre las flores, sino también sobre el poder de la amistad, la ayuda y la observación. Lula, con sus ojos grandes y brillantes, se dio cuenta de que siempre había algo más por aprender, y que siempre podrían encontrar maneras de cuidar de su mundo, incluso cuando parecía desafiante.
Y así, en aquel parque lleno de flores y risas, Lula y sus amigos se convirtieron en los mejores cuidadores del jardín, y sobre todo, en los mejores amigos.
Fin.
FIN.