Los Padres de Ibi y el Gogo Mágico
En un colorido barrio de Buenos Aires, vivía una niña llamada Ibi. Tenía una sonrisa que iluminaba cualquier habitación y una risa contagiosa que alegraba a todos. Ibi siempre pasaba sus tardes jugando en el parque con su mejor amigo, Tomás. Juntos inventaban historias y buscaban aventuras. Pero había algo que nunca habían explorado: los misteriosos padres de Ibi.
Un día, Ibi invitó a Tomás a su casa después del colegio.
"¿Querés venir a jugar a mi casa, Tomi? Mis papás van a estar ahí haciendo el gogo", dijo Ibi con emoción.
"¿El gogo? ¿Qué es eso?", preguntó Tomás, intrigado.
"No sé exactamente, pero dicen que es algo muy divertido y mágico", respondió Ibi.
Cuando llegaron a casa, la música sonaba desde el living. Ibi y Tomás se asomaron y vieron a los padres de Ibi danzando y riendo al ritmo de una melodía alegre.
"¡Hola, chicos! ¡Vengan a bailar con nosotros!", exclamó el papá de Ibi, soltándose el pelo y moviendo los brazos como si estuviera volando.
"¡Es el gogo!", gritó la mamá de Ibi mientras giraba.
"¿Puedo intentar?", preguntó Tomás, un poco tímido.
"Claro que sí, vení! Todo el mundo puede hacerlo", animó Ibi.
Tomás, un tanto nervioso, se unió a la danza. Al principio, se movía de manera torpe, pero la risa y el entusiasmo de los padres de Ibi lo hicieron sentir más cómodo.
De repente, Ibi paró de bailar y miró a su amigo con curiosidad.
"Tomi, ¿por qué no te unes a nosotros más a menudo?", preguntó Ibi con una sonrisa.
"No sé, a veces no me siento seguro bailando. Me da un poco de vergüenza. A veces, me siento como si no supiera lo que estoy haciendo", confesó Tomás.
La mamá de Ibi escuchó y se acercó.
"Tomás, bailar es como jugar. No se trata de hacerlo perfecto, sino de disfrutarlo. Cuando uno se siente divertido y libre, ¡eso es lo que realmente importa!", dijo con una sonrisa.
"¿En serio?", preguntó Tomás, sintiéndose un poco más seguro.
"¡Claro! Y nunca hay que tener miedo de intentarlo. ¡Vamos!", respondió el papá de Ibi, arrastrándolo hacia el centro del living.
Así, Tomás se dejó llevar por el ritmo y comenzó a bailar más libremente. Pronto, el temor se desvaneció y lo único que quedó fue la alegría.
"¡Esto es genial!", gritó mientras intentaba una vuelta.
"¡Sí! ¡Eso es!", gritó Ibi.
Con cada paso, Tomás se dio cuenta de que no necesitaba ser perfecto; solo necesitaba disfrutar y divertirse. Al final de la tarde, los tres estaban exhaustos, pero felices y sudorosos después de tanta danza.
Al despedirse, Tomás le dijo a Ibi:
"Muchas gracias por invitarme. Nunca pensé que el gogo podía ser tan divertido. Me encanta que tus padres sean tan alegres. Siento que puedo ser yo mismo con ustedes."
"Siempre vas a poder ser tú mismo conmigo, Tomi. Y siempre puedes venir a hacer el gogo con nosotros".
La amistad de Ibi y Tomás se fortaleció esa tarde. Ambos aprendieron que, aunque a veces sientan miedo de intentar algo nuevo, siempre pueden contar con la amistad para apoyarse y encontrar alegría. Al bailar, descubrieron que lo más importante no es ser el mejor, sino disfrutar el momento y compartir risas.
Desde aquel día, Ibi y Tomás comenzaron a invitar a más amigos a hacer el gogo en la casa de Ibi, creando una pequeña comunidad de risas, danza y amistad. Todos entendieron que el verdadero gogo estaba en el corazón: en disfrutar el tiempo juntos, sin importar los pasos. Así, el gogo se volvió una hermosa tradición que llenó de risas y magia el barrio durante mucho tiempo.
Y así, en cada sesión de gogo, el amor y la alegría de los padres de Ibi hicieron que esa danza se volviera famosa. ¡Todos querían hacer el gogo y ser parte de la diversión! Así que, en el barrio de Ibi, no solo había baile, sino también una gran lección sobre la amistad y la diversión de intentar cosas nuevas juntos.
FIN.