Los pasos del legado


Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, un niño llamado Damián de la Cruz. Desde muy pequeño, Damián había sido fascinado por el arte del baile y se había convertido en un talentoso danzante de tijeras.

Cada año, durante la festividad del pueblo, Damián se presentaba con su impecable técnica y sus movimientos llenos de energía. Pero este año era diferente.

Damián sabía que esta sería su última actuación como danzante de tijeras, ya que su familia tenía planes de mudarse a otra ciudad. Aunque estaba emocionado por comenzar una nueva aventura, también sentía nostalgia por dejar atrás lo que más amaba hacer.

El día finalmente llegó y el escenario estaba listo para recibir a los artistas locales. Damián observaba nervioso cómo los demás bailarines compartían su pasión con el público ansioso.

"-¡Es increíble cómo mueven las tijeras al ritmo de la música! ¡Quiero ser como ellos!", exclamó uno de los niños emocionados del público. Damián recordó cuando él también solía estar entre esa multitud admirando a los danzantes.

Fue entonces cuando decidió que no podía despedirse sin dejar una última impresión en todos aquellos corazones jóvenes que soñaban con seguir sus pasos. Cuando llegó su turno, Damián salió al escenario con confianza y determinación. Sus movimientos eran aún más asombrosos que nunca antes; saltaba y giraba mientras las tijeras brillaban bajo la luz del sol.

El público estaba extasiado ante tal espectáculo. Después de una actuación emocionante, Damián se dirigió al centro del escenario y alzó su brazo en señal de despedida.

"-¡Gracias a todos por ser parte de mi última presentación como danzante de tijeras! ¡Nunca olvidaré este pueblo y el amor que me han dado!", expresó con gratitud. El público estalló en aplausos y gritos de admiración.

Pero justo cuando Damián estaba a punto de abandonar el escenario, una niña llamada Lola se acercó corriendo hacia él. "-¡Damián, no te vayas! ¡Quiero aprender a bailar como tú!", exclamó la pequeña con entusiasmo. Damián sonrió y miró a los ojos brillantes de Lola. "-¿De verdad quieres aprender?", preguntó sorprendido.

La niña asintió con determinación. "-Sí, quiero seguir tus pasos y ser una gran danzante". Damián sabía que no podía negarse ante semejante solicitud llena de ilusión.

Así que decidió quedarse unos días más en el pueblo para enseñarle todo lo que sabía sobre la danza de las tijeras. Durante ese tiempo, Damián compartió con Lola todas sus técnicas y secretos para convertirse en un buen danzante.

Juntos practicaron incansablemente hasta que Lola comenzara a dominar cada movimiento. Finalmente, llegó el día en que Damián debía partir hacia su nueva ciudad.

Pero esta vez no se fue solo; llevaba consigo la alegría de haber encontrado un nuevo propósito al ver cómo Lola seguía sus pasos y bailaba con la misma pasión que él. Damián comprendió entonces que su último baile no era realmente el final, sino el comienzo de una nueva generación de danzantes de tijeras.

Su legado continuaría vivo a través de Lola y todos aquellos niños que, inspirados por su arte, seguirían bailando con valentía y determinación. Y así, Damián dejó atrás su pueblo natal sabiendo que había hecho una diferencia en la vida de alguien más.

Siempre recordaría con cariño cada paso y cada aplauso. Pero sobre todo, siempre llevaría consigo el recuerdo del día en que descubrió que dejar un legado significaba mucho más que solo bailar para uno mismo.

Dirección del Cuentito copiada!