Los Patitos del Estanque
Era un día soleado y brillante cuando Juan, Pablo y Álvaro decidieron ir al parque. El aire fresco y el canto de los pájaros los llenaron de alegría. Jugaron un rato en los columpios y corrieron por el césped antes de aventurarse a caminar hacia un hermoso estanque que conocían bien.
- ¡Mirá, hay algo en el agua!
- ¿Qué será, Juan? - preguntó Pablo, con curiosidad.
- ¡Patitos! - exclamó Álvaro, señalando con el dedo.
Sobre la superficie del estanque nadaban dos patitos recién nacidos, moviendo sus patitas con mucha energía. Eran de un amarillo brillante y sus ojos negros brillaban con curiosidad.
- ¡Son adorables! - dijo Pablo. - ¿Deberíamos acercarnos?
- Claro, pero debemos ser muy cuidadosos, no queremos asustarlos - advirtió Juan.
Los tres amigos se acercaron lentamente, riéndose y susurrando para no espantar a los patitos. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, los patitos los miraron, aparentemente desinteresados, y siguieron nadando.
- ¿Se imaginan cómo deben sentirse? Están en su primer día de vida - comentó Álvaro. - Deben estar un poco perdidos.
- Sí, ¡y tienen que aprender a nadar! - dijo Juan.
Entonces, de repente, la madre pata apareció de detrás de una planta en la orilla. Era un poco más grande que los patitos y tenía plumas marrones. Los amigos se quedaron quietos para no asustarla.
- Miren, ahí viene su mamita - susurró Pablo emocionado.
La madre pata se acercó a sus patitos, y ellos nadaron rápidamente hacia ella. Los amigos sonrieron; era lindo ver cómo se reunían. Pero, de repente, se dieron cuenta de algo preocupante: uno de los patitos estaba en el otro lado del estanque, lejos de su madre.
- ¡Oh no! - dijo Álvaro. - ¡Ese patito se quedó solo!
- ¿Qué vamos a hacer? - preguntó Pablo, muy preocupado.
- Tenemos que ayudarlo - dijo Juan, decidido. - Podemos hacer que vuelva a su mamá.
Los tres amigos, sin perder tiempo, idearon un plan. Decidieron hacer una especie de camino con ramitas y hojitas, tratando de atraer al patito hacia el lado donde estaba su madre.
- ¡Que venga hacia acá! - gritó Pablo, mientras movía una ramita.
El patito miró curioso, pero no se movía mucho. Entonces Álvaro tuvo una idea brillante.
- ¿Y si hacemos sonidos? Tal vez le guste el sonido de nuestras voces - propuso.
- ¡Eso suena genial! - dijo Juan. - Vamos a hacer ruidos divertidos para atraerlo.
Y así, comenzaron a hacer ruidos como “cuac, cuac” mientras movían las manos en el aire, tratando de llamar la atención del pequeño patito. Los dos amigos se reían mientras hacían ruidos, y el patito finalmente se dio cuenta de que había algo emocionante.
¡Y con un gran empujón de energía, comenzó a nadar hacia ellos! Los chicos saltaron de alegría al ver que su plan funcionaba.
- ¡Viene! - gritó Pablo. - ¡Vamos, pequeño!
Cuando el patito llegó al borde del estanque, su madre lo llamaba. Por fin, después de un par de segundos que parecieron eternos, el patito se unió a su madre y se arremolinó feliz a su alrededor. Los amigos estaban felices.
- ¡Lo hicimos! - exclamó Juan. - ¡Lo ayudamos a encontrar a su mamá!
- ¡Qué hermoso momento! - sonrió Álvaro. - La naturaleza es mágica, ¿no?
La madre pata agradeció su ayuda con un suave cuac y se adentró en el estanque con sus patitos nadando a su lado. Los tres amigos se sintieron muy bien por haber hecho algo bueno y por haber ayudado a esa pequeña familia.
- Prometamos que siempre ayudaremos a los que lo necesiten - propuso Pablo.
- ¡Sí! - dijeron al unísono.
Así, con el corazón lleno de felicidad, el grupo decidió volver a jugar, sabiendo que habían hecho una buena acción y aprendiendo que a veces, incluso los más pequeños pueden ayudar a los que están a su alrededor. Y así, los tres amigos continuaron su aventura, siempre listos para ser amables y ayudar a los demás.
FIN.