Los Patitos Encantados y el Lago Mágico
En un hermoso lago del bosque, vivían cuatro patitos encantados: Pablo, Lucía, Julián y Sofía. Cada uno tenía un color diferente: Pablo era amarillo brillante, Lucía era azul celeste, Julián era verde esmeralda, y Sofía tenía el color de las nubes, un suave blanco. Los patitos eran felices y siempre jugaban juntos, pero había una antigua leyenda que decía que solo uno de ellos podría volar para siempre.
Una soleada mañana, mientras los patitos nadaban en el lago, Lucía propuso un juego.
"¡Chicos, juguemos a ser aves voladoras! Yo seré la que vuela por los cielos!" dijo Lucía con entusiasmo.
"¡Eso suena genial!" contestó Julián.
"Pero, Lucía, ¿qué pasa si nunca podemos volar como las aves?" preguntó su hermano, Pablo, un poco triste.
"No te preocupes, Pablo. La historia dice que aquel que sea el más valiente y tenga la pureza en su corazón podrá volar alto. ¡Así que solo debemos intentarlo!" respondió Sofía, animando a su hermano.
Decididos a descubrir quién podría volar, empezaron a practicar todos los días. Se subían a las rocas más altas y trataban de saltar para imitar el vuelo de las aves. Cada intento a menudo terminaba en risas y chapoteos en el agua, pero ellos no se desanimaban.
Un día, mientras intentaban volar, se encontraron con un anciano pato llamado Don Ramón, que observaba desde la orilla.
"¿Qué hacen, patitos?" preguntó, acercándose a ellos.
"¡Intentamos volar!" dijo Lucía con entusiasmo.
"¿Y no les parece un poco complicado?" se rió Don Ramón.
"No, porque tenemos mucha determinación y valentía!" respondió Julián, dándole un empujón juguetón a su amiga.
Don Ramón, con una mirada sabia, les explicó que el verdadero vuelo no solo consiste en elevarse hacia el cielo.
"El verdadero vuelo está en encontrar la belleza en las pequeñas cosas de la vida y compartirla con los demás. Los que son amables, generosos y siempre se ayudan entre sí son los que realmente vuelan alto."
Intrigados, los patitos comenzaron a reflexionar sobre lo que Don Ramón decía. En lugar de seguir intentando volar de la manera que creían, decidieron hacer algo diferente: ayudar a otros animales del bosque.
Durante varias semanas, se dedicaron a recolectar comida para un grupo de ardillas que había perdido su hogar, ayudaron a un pequeño conejo que no podía encontrar su camino y jugaron con un grupo de patitos más pequeños que se sentían solos.
Un día, cuando el sol comenzaba a ponerse, los patitos regresaban a casa tras un día de ayudar. Entonces, de repente, el cielo se iluminó con mil colores.
"¡Miren!" gritó Lucía, apuntando hacia el cielo.
Los patitos contemplaron cómo miles de aves volaban en formación, y en ese instante, sintieron que algo mágico sucedía.
"Siento algo raro en mi pecho..." dijo Pablo, sorprendiendo a sus amigos.
De repente, una brillante luz comenzó a rodearlos, y en un instante, cada uno de los patitos sintió que sus alas creían, llenándose de energía y alegría.
"¿Qué está pasando?" preguntó Sofía.
"¡Miren! ¡Estamos volando!" gritó Julián emocionado.
Con alas que nunca habían imaginado tener, los cuatro patitos comenzaron a volar juntos, sobre el lago y el bosque.
"¡Esto es increíble!" exclamó Sofía, viendo cómo el paisaje se extendía ante ellos.
Don Ramón los observaba desde la orilla, sonriendo con satisfacción.
"Ahora entienden lo que significa realmente volar. Cada uno de ustedes tiene un corazón lleno de bondad, y eso es lo que les permite alcanzar sus sueños."
Así fue como los patitos encantados aprendieron que la verdadera magia reside en ayudar a los demás, y que, gracias a eso, se ganaron sus alas para volar. Desde ese día, nunca dejaron de explorar el mundo, siempre juntos y juntos ayudando a aquellos que lo necesitaban.
Y así, Pablo, Lucía, Julián y Sofía no solo se convirtieron en grandes voladores, sino también en grandes amigos y héroes en su bosque.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.