Los Perros y el Arcoíris Mágico



Había una vez, en un colorido barrio de la ciudad, dos perros muy especiales: Canela, una labrador juguetona de pelaje dorado, y Max, un border collie inteligente de manchas negras y blancas. A ambos les encantaba la lluvia porque, después de cada tormenta, siempre se aparecía un hermoso arcoíris en el cielo.

"¡Mirá, Canela! ¡Ese arcoíris es gigante!", exclamó Max, moviendo su cola con entusiasmo.

"Sí, Max! ¡Me encanta! ¿Te imaginas qué habrá al final?", respondió Canela, soñando despierta.

Desde aquel día, la idea de llegar al final del arcoíris se convirtió en su objetivo. Después de un día lluvioso, se miraron mutuamente, y con sus corazones llenos de aventura, decidieron emprender su viaje aquella misma tarde.

"¿Cómo llegamos al final?", preguntó Canela, mientras observaban el arcoíris brillante.

"Creo que debemos seguir la dirección en la que se ve más fuerte", sugirió Max, señalando con su hocico.

Así, con el cielo despejado y los charcos aún reflejando colores, los dos perros comenzaron a caminar. Al principio, la emoción los llenaba, pero pronto se dieron cuenta de que la aventura no era tan sencilla como parecía. Tenían que cruzar caminos, saltar cercas e incluso esquivar a algunos gatos curiosos que se asomaban.

Mientras avanzaban, encontraron un pequeño arroyo.

"¡Mirá! ¡Es como un río de colores!", dijo Canela, emocionada.

"¡Sí! Pero debemos cruzarlo", comentó Max, observando las piedras que sobresalían.

Los dos perros se pusieron a trabajar en equipo. Max ayudó a Canela a saltar hasta la primera piedra. Luego llegaron a la segunda y, con un buen impulso, lograron llegar al otro lado.

"¡Lo conseguimos!", ladró Canela con alegría.

"¡Vamos, hay que continuar!", animó Max, y siguieron su camino.

Con cada paso, se encontraban con nuevas sorpresas. Un grupo de gorriones planeando en el aire se unió a su travesía.

"¿A dónde van, amigos?", preguntó uno de los gorriones.

"Vamos a encontrar el final del arcoíris", respondieron los perros al unísono.

"Nosotros también queremos ver qué hay allí. ¡Los acompañamos!", dijeron los pájaros, muy entusiasmados.

Y así, la troupe de amigos siguió su camino, cada uno aportando su energía y risas. Pero a medida que se acercaban al arcoíris, se encontraron con un gran campo lleno de flores.

"¡Qué lugar tan hermoso!", exclamó Canela, corriendo entre las flores.

"Sí, pero nos estamos alejando del arcoíris", recordó Max.

"Pero espera un momento. ¡Esto es parte de la aventura!", interrumpió uno de los gorriones.

Decidieron tomarse un pequeño descanso para disfrutar del hermoso paisaje, donde los colores eran aún más vibrantes que en el cielo. Rieron, jugaron y hasta hicieron una competencia para ver quién podía atrapar más mariposas.

Tras un buen rato, se dieron cuenta de que debía volver a ser hora de continuar.

"Ven, Max. No nos podemos rendir", dijo Canela, mientras comenzaban a seguir el arcoíris nuevamente.

Cuando finalmente llegaron a una pequeña colina, se dieron cuenta de que el arcoíris parecía más cercano que nunca. Emocionados, subieron la colina uno tras otro, pero al llegar a la cima, el arcoíris se dispuso a desvanecerse en nubes suaves.

"¡No! ¡Esperen!", gritó Max, tratando de alcanzarlo.

"Tal vez nunca lleguemos al final", susurró Canela con un poco de tristeza.

En ese momento, una suave brisa pasó a su lado, trayendo consigo el bouquet de flores que habían olfateado antes. Se dieron cuenta de que no necesitaban llegar a un destino específico para disfrutar de la magia de la vida.

"El viaje y las experiencias que compartimos son más importantes que la meta", dijo Max, mirando a sus amigos.

"Sí, ¡fue la mejor aventura!", añadió Canela, recordando los momentos de alegría.

Con nuevas lecciones de amistad y de valorar lo vivido, decidieron regresar a casa, con el corazón lleno de alegría y risas, sabiendo que siempre habría nuevos arcoíris en el camino.

Y así, desde aquel día, siempre que llovía, Canela y Max no solo miraban el arcoíris, sino que también recordaban la maravillosa aventura que vivieron, y sabían que el verdadero tesoro estaba en los amigos y en la felicidad que compartían juntos.

FIN.

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