Los pies mágicos de Martín
Era un día soleado en el barrio y los chicos corrían felices por el parque, jugando a la pelota. Martín, un niño de ocho años con una energía inagotable, miraba desde la vereda con una sonrisa en el rostro. Su corazón latía con ganas de unirse a ellos, pero había un pequeño problema: sus pies no le respondían como él quisiera.
Desde que se recuerda, Martín tenía los pies un poco torcidos, lo que hacía que no pudiera correr como los demás. A veces, se caía o tropezaba, y eso lo hacía sentirse un poco triste. Su papá siempre le decía: "Martín, no te preocupes. La vida es como jugar a la pelota, a veces se necesitan otros caminos para llegar a donde uno quiere".
Aunque sus papás estaban siempre para apoyarlo, Martín veía que sus amigos daban vueltas y más vueltas a la cancha, mientras él se quedaba un poco al margen. Un día, decidió que no podía quedar así.
Entró a su casa y pensó en su abuelo, que había sido un gran jugador de fútbol en su juventud. "Voy a hablar con él", se dijo Martín, y corrió hacia el living, donde su abuelo estaba leyendo el diario.
"Abuelo, ¿cómo hiciste para ser tan bueno en el fútbol?" - le preguntó Martín.
El abuelo sonrió, dejando el diario a un costado. "Bueno, Martín, lo más importante no es cómo juegan nuestros pies. Es sobre la actitud que tenemos al jugar. Hay que ser creativos y encontrar formas diferentes de jugar".
Martín pensó que podía intentar algo diferente. Así que ese fin de semana fue al parque y se llevó una pelota de fútbol. En lugar de pedirles a sus amigos que jugaran normal, les propuso un nuevo juego: "¿Qué les parece si jugamos a ser los mejores dribladores del mundo? Los que logran el mayor número de toques con la pelota sin que caiga al suelo ganan!".
Los amigos, intrigados, aceptaron el reto. Martín pronto se dio cuenta de que ¡podía hacer trucos divertidos! Con su creatividad, empezó a jugar con la pelota usando las manos, dando giros y saltando por encima de un pequeño aro que había en la cancha.
Los chicos, al principio sorprendidos, comenzaron a reír y a unirse a su nueva manera de jugar. "¡Vamos, Martín! ¡Es genial!" - gritó su amigo Tomás.
Mientras tanto, Martín también empezó a pensar en cómo podía jugar un poco más cerca de la pelota. "Si no puedo correr, tal vez pueda usar mis manos para pasar la pelota a otros" - se decía. Así que, ideó un juego de equipo en el que se pasaban la pelota como si fueran unos grandes artistas, de un lado a otro.
Y así, durante las próximas semanas, Martín y sus amigos desarrollaron un nuevo estilo de juego que era mucho más divertido de lo que habían imaginado. Ni siquiera se daban cuenta de que estaban haciendo algo diferente. Los pies de Martín, aunque no lo dejaban correr como quería, ahora eran parte de un juego nuevo y extraordinario.
Un día, mientras jugaban al nuevo juego, un adulto se acercó. "Hola, chicos! ¿Qué están haciendo?" - preguntó.
Martín, orgulloso, respondió: "Estamos inventando nuestro propio juego! ¡Quién necesita correr todo el tiempo!".
El adulto sonrió, "Me encanta escuchar eso. La creatividad es lo que separa a los grandes jugadores de los demás. ¡Sigan así!".
Y así, Martín descubrió que no importaba si sus pies no eran muy veloces, porque podía usar su imaginación para hacer algo especial con sus amigos. Desde ese día, el parque se llenó de risas y juegos inventados, y no solo jugaban a la pelota, sino que crearon una comunidad que valoraba la creatividad y las diferencias de cada uno.
Martín aprendió que hay mil maneras de jugar, y más allá de lo que marcan sus pies, lo que verdaderamente importa es la pasión y la alegría que llevamos dentro. Con el tiempo, se dio cuenta de que ser diferente no significa ser menos; al contrario, ser diferente puede abrir las puertas a un mundo lleno de posibilidades.
Así que, la próxima vez que sientas que no puedes, recuerda que siempre hay otra forma de llegar a tu sueño. ¡Solo hay que buscarla con el corazón y un poco de creatividad!
FIN.