Los poderes mágicos de la clase especial



Era una mañana soleada en el CEIP Plurilingüe Barrié de la Maza. La maestra Luisa, siempre llena de energía, entró al aula con una gran sonrisa.

"¡Buenos días, chicos! Hoy es un día perfecto para aprender y jugar. Estoy muy emocionada porque tengo un anuncio especial para ustedes" - dijo Luisa.

Pero lo que nadie sabía era que ese día iba a ser diferente a todos los demás. Mientras la maestra hablaba, algo extraño empezó a suceder. Los niños, uno a uno, comenzaron a sentir un cosquilleo en su pancita. Lucía, que era muy buena dibujando, miró un papel en blanco y, de repente, su lápiz voló de su mano:

"¡Miren! ¡Mi lápiz tiene vida!" - exclamó, mientras seguía moviendo la mano y trazando colores en el aire.

Con su magia, los dibujos cobraban vida y se salían de la hoja. Apareció un dragón de papel que comenzó a bailar por la clase.

"¡Guau, Lucía! ¡Qué increíble! ¡Yo también quiero!" - dijo Mateo. Él siempre había sido muy rápido corriendo. Concentrándose, empezó a correr por el aula, y su velocidad lo llevó a volar como una flecha por el aire.

"¡Miren, chicos! ¡Soy un relámpago!" - gritó emocionado mientras daba vueltas en el aire.

María, que tenía una hermosa voz, también quería probar sus poderes. Con una melodía, comenzó a cantar:

"¡Vamos, dragón! ¡A volar! ¡Muéstrame el cielo!"

Los otros niños miraban asombrados. Pero de repente, el dragón de papel se descontroló y comenzó a alterar todo a su alrededor, arrastrando pupitres y mochilas en su danza.

"¡Ay, no! ¡Controlen el dragón, chicos!" - gritó Luisa, tratando de hacer que todo volviera a la normalidad.

Pero algo más inesperado sucedió. Tomás, el niño más tímido de la clase, que siempre había deseado tener el poder de hablar más, se llenó de valor. Con su voz, hizo que el dragón se detuviera:

"Dragón, vuela suave, por favor. No queremos que se rompa nada" - le pidió serenamente. Y, sorprendentemente, el dragón obedeció.

"¡Sí, Tomás! ¡Lo lograste!" - gritaron todos los niños, dando saltos de alegría.

Pero el dagón, aturdido, comenzó a llorar:

"¡No quiero irme! ¡Quiero jugar!"

Lucía se acercó a él:

"No llores, amigo dragón. Podemos jugar juntos. Tú puedes volar y nosotros podemos dibujarte y hacerte compañía".

Entonces, el dragón sonrió y se sentó en el borde de la ventana mientras los chicos dibujaban nuevas aventuras en hojas de papel. Así, cada niño fue descubriendo que su poder especial no sólo servía para brillar, sino que también podían usarlo en equipo para crear algo aún más grande.

A partir de allí, la clase de Luisa se convirtió en un lugar mágico, donde no solo aprendían sobre los colores y las letras, sino también sobre cómo trabajar juntos, respetar los tiempos de los demás y cuidar los sentimientos del que tienen a su lado.

"Hoy aprendimos algo muy importante, chicos" - dijo Luisa al final del día. "Nuestros poderes son más divertidos y útiles cuando los compartimos. ¿No creen?"

FIN.

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