Los Príncipes y las Princesas del Parque
Érase una vez, en un pequeño reino llamado Florencia, dos príncipes llamados Lucas y Mateo. Ambos eran muy amigos y compartían un amor especial en sus corazones: el amor por dos encantadoras princesas, María y Pepita, que vivían en el reino vecino. Aunque las princesas eran distintas, a ambas les encantaba pasear por el parque, ir de picnics y jugar con sus amigos. Un día, mientras Lucas y Mateo paseaban por el jardín de su castillo, tuvieron una idea brillante.
"¿Y si llevamos algunos regalos a María y Pepita?", propuso Lucas emocionado.
"¡Sí! Podríamos elegir algo que les guste", contestó Mateo, ya imaginando la sonrisa de las princesas.
Los príncipes decidieron que cada uno llevaría un regalo especial. Lucas eligió una hermosa flor de su jardín, que estaba llena de colores vibrantes, mientras que Mateo se decidió por una divertida y colorida pelota de goma.
Adentrándose en el bosque hacia el reino de las princesas, encontraron con sus amigos de siempre, un grupo de animales que también quería ayudar a preparar una sorpresa. El grupo incluía a un conejo llamado Timo, una ardilla traviesa llamada Susi y un sabio búho llamado Don Hugo.
"¡Hola, amigos!", saludó Timo con sus grandes orejas puntiagudas.
"¡Qué alegría verlos! ¿Qué traen en sus manos?", preguntó Susi, saltando de emoción.
"¡Nos vamos a ver a María y Pepita!", exclamó Mateo.
"¿Las van a sorprender? ¡Me encanta!", dijo Don Hugo con su sabia voz.
Con la ayuda de Timo y Susi, comenzaron a confeccionar stickers y dibujos para completar la sorpresa. Mientras trabajaban, Don Hugo relató una historia de cómo la amistad es lo más poderoso del mundo. Sin embargo, el tiempo pasaba y empezaron a preocuparse porque el cielo se oscurecía.
"Debemos apurar el paso, o no llegaremos a tiempo!", sugirió Susi.
"Vamos, amigos!", agregó Lucas, llenándose de energía.
Finalmente, después de un divertido viaje lleno de risas, llegaron al reino de María y Pepita justo cuando la luna empezaba a iluminar el cielo. Fue entonces cuando notaron algo extraño: el parque donde siempre jugaban estaba vacío.
"¿Dónde están las princesas?", se preguntaron.
"Voy a buscar", dijo Timo, saliendo con sigilo.
Después de unos minutos de incertidumbre, Timo regresó con una noticia:
"¡Están en el pueblo ayudando a los niños a recuperar sus juguetes perdidos!"
"¡Qué generosas son!", se maravillaron los príncipes.
Decidieron, entonces, ir al pueblo. Cuando llegaron, vieron a María y Pepita conversando con un grupo de niños. Las princesas estaban esforzándose por hacer que todos se sintieran felices, incluso sin juguetes.
"¡Hola!", gritaron los príncipes al unísono, alzando sus regalos.
Las princesas se volvieron sorprendidas y radiantes.
"¡Lucas! ¡Mateo! ¡Qué sorpresa!", dijeron emocionadas.
"Les trajimos algo para ustedes", explicó Lucas, entregando la flor hermosa.
"Y yo, una pelota para que juguemos juntos", agregó Mateo, mientras se la ofrecía a las princesas.
Las princesas se sonrieron, agradecidas, pero también se dieron cuenta de que lo mejor era compartir.
"¡Gracias! Pero, ¿por qué no jugamos todos juntos y hacemos un picnic?", sugirió María, mirando a todos.
"¡Esa es una excelente idea!", respondió Mateo.
Así fue como las princesas, los príncipes y todos los amigos de los animales comenzaron a jugar y a compartir risas, creando un ambiente de alegría y camaradería. Al caer la noche, decidieron hacer un picnic bajo las estrellas. Las chicharras cantaban, y la luna iluminaba sus rostros sonrientes.
"Hoy aprendí que la amistad y compartir son lo más importante, porque siempre podemos hacer que un día se vuelva especial", reflexionó Lucas.
"Sí, y además, ¡cada momento es mejor cuando lo compartimos con nuestros amigos!", finalizó Pepita.
Mientras reían y comían, todos se sintieron afortunados por tenerse unos a otros. Y así, en aquel pequeño reino de Florencia, los príncipes y princesas aprendieron que el amor y la amistad siempre deben estar en el centro de sus corazones, no solo para ser felices ellos, sino también para hacer felices a los demás.
FIN.