Los Queridos de Sandra
Era un soleado día en el barrio de Villa Esperanza, donde vivía una niña llamada Sandra. Con su cabello rizado y su sonrisa brillante, le encantaba salir a jugar con sus amigos. Pero había algo en su corazón que siempre quería compartir, algo que llenaba su vida de alegría: sus seres queridos.
Un día, mientras jugaba en el parque con Susana, su mejor amiga, Sandra decidió contarle a ella y a los demás que la rodeaban sobre las personas y animales que hacían su vida especial.
"¡Chicos! -exclamó Sandra entusiasmada- Quiero contarles sobre mi familia."
Todos se sentaron a su alrededor, listos para escuchar.
"Primero, está mi mamá, Ana. Ella es la que siempre me abraza cuando tengo un mal día. Me hace sentir como si el sol siempre brillara, incluso en los días nublados."
Los chicos sonrieron, imaginando a una mamá cariñosa.
"Y mi papá, Jorge, es un gran inventor. Siempre está haciendo experimentos raros en el garaje. A veces, esos experimentos salen mal y nos llenamos de risas. ¡Eso me hace sentir feliz!"
"¿Y tienes mascotas? -preguntó Lucas, con ojos curiosos."
Sandra asintió con entusiasmo.
"¡Sí! Tengo a Max, mi perrito. Es un travieso. Siempre me hace reír cuando trata de atrapar su propia sombra. A veces me siento un poco sola, pero él siempre está a mi lado."
"¡Me encantaría conocer a Max! -dijo Susana."
"Y no solo eso -agregó Sandra- También tengo a Luna, mi gatita. Es muy juguetona, siempre corre de un lado para otro. Me hace sentir tranquila cuando me siento abrumada."
Los niños la escuchaban embobados, fascinados por la manera en que Sandra veía a su familia y sus mascotas. Era como si cada uno de ellos estuviera formado por un rayo de luz que iluminaba su vida.
"¿Y qué tal tus vecinos? -preguntó Mateo, curioso."
Sandra sonrió y dijo:
"Ese es otro tema divertido. Mis vecinos son Gilda y Carlos. Siempre tienen algo rico que cocinar y suelen invitarme. Cuando estoy con ellos, siento que soy parte de una gran familia. Me encanta ayudarlos en el jardín. ¡Ellos me enseñan a plantar flores!"
De repente, un fuerte ruido sobresaltó a los chicos. Era un sonido metálico. Sandra se levantó y corrió a ver qué pasaba. En la esquina de la calle, varios niños estaban alrededor de un viejo carrito de helados que había quedado atascado.
"¡Ayuda, Sandra! -gritó una nena. -No podemos moverlo!"
"Vengan, los ayudo -respondió Sandra, sin pensarlo."
Los niños se unieron a Sandra y juntos empujaron el carrito de helados.
"¡Uno, dos, tres! -gritó Sandra."
Con gran esfuerzo, lograron moverlo y el carrito comenzó a rodar. El heladero, un ancianito de barba blanca, agradeció con una gran sonrisa.
"¡Gracias, chicos! ¡Ustedes son como una gran familia! -dijo el heladero. -El primer helado de hoy es para ustedes!"
Sandra sonrió, porque en ese momento se dio cuenta de que todo lo que había compartido sobre su familia y sus seres queridos también estaba en ese grupo de niños, los que habían trabajado juntos para ayudar a otro. Era una sensación hermosa.
"¿Ven? ¡La familia no solo se compone de quienes viven con nosotros! -dijo Sandra mirando a sus amigos. -Nosotros también somos una familia. Juntos creamos recuerdos y momentos especiales!"
Los chicos siguieron disfrutando de los helados y, mientras relucían sus sonrisas, Sandra supo que había hecho una grandeza conexión entre todos ellos. Las palabras sobre quiénes eran sus seres queridos se habían convertido en una lección sobre el amor, la amistad y la unión.
Al caer la tarde, Sandra volvió a casa, donde su mamá la estaba esperando con los brazos abiertos.
"¿Cómo estuvo tu día, mi amor? -preguntó Ana."
"Increíble, ¡hice nuevos amigos y les conté sobre nuestra familia! -dijo Sandra alegre. -Hoy entendí que cada uno, desde Max hasta Gilda y Carlos, me hacen sentir feliz y que todos somos parte de algo especial."
Y así, esa noche, mientras soñaba, Sandra supo que siempre tendría un lugar para cada uno de sus seres queridos en su corazón, porque el amor compartido es como un helado: lo mejor se disfruta en buena compañía.
FIN.