Los Reyes de las Bromas y la lección de empatía


Había una vez en la Escuela Primaria "Rayitos de Sol", un grupo de traviesos estudiantes de cuarto grado liderados por Martina y Tomás, a quienes les encantaba hacer bromas a los chicos más grandes de la Escuela Secundaria "Estrellas Brillantes".

Los llamaban los "Reyes de las Bromas" y cada día tramaban algo nuevo para molestar a los adolescentes.

Un lunes por la mañana, mientras los alumnos de secundaria estaban concentrados en su clase de matemáticas, Martina y Tomás se acercaron sigilosamente al aula con una bolsa llena de globos llenos de agua. Rápidamente empezaron a lanzarlos hacia adentro del salón, mojando a todos los estudiantes. Las risas y gritos invadieron el lugar.

- ¡Ja ja ja! ¡Tomen eso, chicos grandes! -gritaba Martina emocionada. Los adolescentes, sorprendidos y empapados, intentaban atrapar a los pequeños bromistas sin éxito. La profesora de cuarto grado, la señorita Laura, observaba desde lejos con preocupación.

Sabía que las travesuras no eran el camino correcto para divertirse. Al día siguiente, durante el recreo, Martina y Tomás decidieron esconderse detrás del tobogán para asustar a los estudiantes mayores cuando bajaran.

Sin embargo, antes de que pudieran llevar a cabo su plan maestro, escucharon sollozos provenientes del rincón del patio. Intrigados, se acercaron y encontraron a Lucas, uno de los chicos más grandes de secundaria. - ¿Qué te pasa? -preguntó Martina con curiosidad.

Lucas levantó la mirada con ojos tristes y les contó que estaba siendo víctima de burlas constantes por parte de sus compañeros mayores. Se sentía solo e incomprendido. Martina y Tomás intercambiaron miradas comprensivas.

En ese momento entendieron que las bromas podían lastimar profundamente a alguien más allá del simple acto juguetón. Decidieron tenderle una mano amiga a Lucas e invitarlo a jugar con ellos en el patio. Juntos pasaron horas charlando y riendo sin necesidad de hacer bromas pesadas ni herir sentimientos.

A partir de ese día, Martina y Tomás dejaron atrás su título como "Reyes de las Bromas" para convertirse en amigos solidarios no solo con Lucas sino también con otros compañeros que necesitaban apoyo.

Aprendieron que la verdadera diversión radica en compartir momentos felices junto a quienes nos rodean sin dañar ni humillar a nadie. La señorita Laura observaba orgullosa cómo sus alumnos habían crecido no solo en estatura sino también en madurez emocional y empatía hacia los demás.

Y así, juntos construyeron un ambiente escolar donde reír era sinónimo no solo de alegría propia sino también ajena.

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