Los Reyes Magos y la Estrella Brillante



En un pequeño pueblo, justo al borde de un desierto dorado, vivían tres magos muy especiales: Melchor, Gaspar y Baltasar. Cada Navidad, los tres amigos se preparaban con ansias para su viaje de regalos. La noche anterior, mientras observaban el cielo, una estrella muy brillante apareció, iluminando todo a su alrededor.

"¡Miren esa estrella! Nunca había visto algo así!", exclamó Gaspar, con sus ojos brillando de emoción.

"Sí, parece que nos está llamando", dijo Baltasar, señalando hacia el cielo.

"Tal vez nos está guiando hacia algo importante" agregó Melchor mientras acariciaba su barba.

Intrigados, decidieron seguir la luz de la estrella. Equiparon sus camellos con regalos y, antes de partir, se reunieron en la plaza del pueblo para contar lo que iban a hacer.

"¡Vamos a encontrar el origen de esa estrella brillante!", anunció Melchor con determinación.

El pueblo entero se reunió, llenando la plaza de murmullos y curiosidad. Una pequeña niña llamada Luna, que había estado escuchando atentamente, levantó la mano.

"¿Puedo venir con ustedes? Me gustaría ver esa estrella de cerca y ayudarles", dijo ella con una sonrisa.

Melchor miró a sus amigos y, después de un breve intercambio de miradas, respondieron al unísono.

"¡Claro que sí! Cuantos más seamos, mejor será la aventura!"

Así fue como Luna se unió a la travesía. Después de un largo día de viaje por el desierto, llegaron a una montaña donde la estrella parecía aún más brillante. De repente, la estrella comenzó a moverse y se detuvo frente a una cueva escondida entre las rocas.

"¿Qué habrá adentro?", preguntó Baltasar, un poco intrigado.

"¡Vamos a averiguarlo!", dijo Luna, emocionada.

Entraron a la cueva y se encontraron con un mundo mágico. Había luces de colores, criaturas maravillosas y, en el centro, un árbol gigantesco que brillaba como la estrella. Bajo el árbol, había un libro antiguo que parecía esperar ser abierto.

"¿Quién se atreve a abrirlo?", preguntó Gaspar con un guiño.

Luna avanzó con cuidado y, al abrir el libro, palabras doradas comenzaron a fluir por el aire.

"Este es el libro de los sueños y la esperanza. Cada deseo sincero se convierte en una luz brillante para iluminar el camino de otros".

Así, mientras leían el mensaje, cada uno comenzó a pensar en un deseo especial para los demás.

"Deseo que todos los niños tengan suficiente para comer cada día", dijo Melchor, con la voz llena de sentimiento.

"Yo deseo que nunca falte la amistad y el amor entre las personas", agregó Baltasar.

"Y yo deseo que la alegría de dar regrese a todos con creces", comentó Gaspar, sonriendo a Luna, quien había estado escuchando con atención.

Luna exclamó: "¡Y yo deseo que todos podamos hacer realidad nuestros sueños!"

En ese instante, una luz brillante envolvió la cueva, y los deseos empezaron a materializarse. Las luces comenzaron a danzar alrededor de ellos, creando un espectáculo deslumbrante.

"¡Mirá! Justo como la estrella, nuestros deseos se están convirtiendo en luz!", gritó Gaspar, maravillado.

Al salir de la cueva, se dieron cuenta que la estrella ya no brillaba en el cielo; había caído sobre la tierra y ahora estaba en el corazón de cada uno de ellos.

"Parece que hemos aprendido algo importante", reflexionó Melchor.

"Claro, no importa cuán lejos viajemos, lo que realmente importa es el amor y la generosidad que compartimos", agregó Baltasar, mientras sonreía a Luna.

Y así, entre risas y sueños, regresaron a su pueblo. Desde entonces, cada Año Nuevo, la estrella brillaría en el corazón de todos, recordándoles que cada pequeño acto de bondad puede iluminar el mundo.

Desde ese día, los Reyes Magos, junto a Luna y con la ayuda de todos los niños del pueblo, organizaron un festival de luces cada diciembre, donde todos podían compartir sus deseos y sueños, convirtiendo así su pequeño mundo en un lugar más brillante y lleno de esperanza.

Cuentan que la magia de esa estrella nunca desapareció, porque en cada niño, en cada sonrisa y en cada abrazo, revivía, recordándonos que dar y compartir es un regalo que siempre brilla, y que la mayor riqueza reside en el amor que compartimos.

Fin.

FIN.

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