Los Saltos de Hanna
Era una mañana soleada en el barrio de Villa Alegre, y Hanna, una niña de 15 años con una energía desbordante, decidió salir a jugar al baloncesto con su grupo de amigos. Desde siempre, había sido fanática de este deporte, pero aquella mañana había algo distinto en el aire. Mientras se dirigía a la cancha, su abuela le había contado una leyenda inquietante sobre un extraño bicho venenoso que rondaba las cercanías de la cancha y, si uno lo pisaba, podía terminar convirtiéndose en Franki, un zombi que sólo quería jugar baloncesto.
"No puedo creer que haya bichos venenosos que te convierten en un zombi. Suena a una locura, abuela", le dijo Hanna con una sonrisa burlona.
"Hija, no subestimes las leyendas del barrio. Siempre hay un poco de verdad detrás de las historias", respondió su abuela, preocupada.
Intrigada por la advertencia, Hanna decidió que sería extremadamente cuidadosa con su entorno. Mientras jugaba con sus amigos, cada vez que un bicho se cruzaba en su camino, ella saltaba para evitar pisarlo. Sus amigos la miraban extrañados.
"¿Por qué saltás como una rana, Hanna?", preguntó Tomás, el chico más bromista del grupo.
"Porque los bichos estos son venenosos. No quiero ser un zombi. ¡Quiero panqueques y no jugar al baloncesto siendo un muerto viviente!", contestó Hanna riendo.
A medida que pasaba la tarde, comenzaron a notar que había más bichos de lo normal. Hanna sentía que debía seguir saltando, pero cada vez se volvía más agotador. Era como si los bichos la estuvieran retando y no estaba dispuesta a ceder.
"Hanna, no tenés que tener miedo, sólo no los pises", animó su amiga Sofía.
Pero con el tiempo, el cansancio comenzó a hacer efecto. Entonces, accidentalmente, una de las chiquitas que jugaba en la cancha pisó un bicho, y un frío escalofrío recorrió a Hanna. Justo en ese instante, escucharon un extraño crujido y, de entre los arbustos, apareció Franki, el zombi baloncestista.
"¡Hola, chicos!", dijo Franki con una voz estruendosa, mientras giraba su cabeza en un ángulo poco natural. Todos se paralizaron.
"¿Por qué están tan asustados? ¡Sólo quiero jugar baloncesto con ustedes!", exclamó Franki desde el borde de la cancha.
Hanna, temiendo convertirse en zombi si no hacía algo, pensó rápidamente en un plan.
"Dale, Franki, ¿y cómo jugás al baloncesto si sos un zombi?", desafió Hanna con confianza.
Franki alzó una ceja, sorprendido.
"Puedo ser un zombi, pero también soy el mejor jugador de baloncesto del más allá", respondió con un guiño extraño.
"Perfecto, entonces hagamos un partido. Si ganás, te dejaremos jugar con nosotros. Si perdés, te irás a tu hogar. ¡Trato hecho!", propuso Hanna, desafiándolo. Y así fue, el partido comenzó y la tensión en el aire era palpable.
El primer cuarto fue intenso. Franki demostraba sus habilidades, pero Hanna decidió concentrarse y hacer lo mejor que pudiera. Saltaba con agilidad, esquivando, y la batalla fue cerrada. Pero cada vez que veía a un bicho cerca, sentía que sus piernas se volvían más pesadas. Sin embargo, recordó la importancia de superar los miedos.
"No voy a dejar que un bicho me detenga, soy más fuerte que eso", se dijo a sí misma. De repente, se sintió llena de energía.
La segunda mitad fue clave. El entorno comenzó a rodearla de posibles trampas, pero Hanna sólo se enfocaba en el juego. Saltaba más alto que nunca, y en un momento crucial, logró hacer una jugada espectacular y encestar de lejos. ¡El equipo de Franki quedó impresionado!"Increíble, Hanna. Eres genial", le dijeron sus amigos.
Así, el partido terminó, y Hanna se convirtió en la estrella del día. Franki, aún siendo un zombi, le dio la mano y sonrió.
"¡Eres realmente buena! Tenés el espíritu de una campeona. Puede que no tenga forma de volver a la normalidad, pero siempre recordaré este partido. ¡Saludos a tu abuela!", dijo mientras se desvanecía.
Desde ese día, Hanna supo que aunque los desafíos pudieran parecer aterradores o extraños, siempre se pueden superar con valentía y un poco de creatividad. Y sobre todo, que los miedos no deben nunca limitar el amor por el juego, la amistad y la diversión. Así, nunca dejó de saltar, pero esta vez lo hacía con una sonrisa y el ánimo de enfrentar cualquier desafío que se le presentara en la vida.
FIN.