Los Santitos del Pueblo
Era un día soleado en el pequeño pueblo de Flores Claras. Los niños y las niñas, llenos de energía, correteaban por las calles, risas resonando a su paso. Cada uno de ellos llevaba un bolso de tela de colores vibrantes.
"Hoy es el Día de los Santitos!" gritó Mateo, el más entusiasta del grupo. "¡Vamos a pedirlos por todo el barrio!".
Los amigos, Clara, Tomás y Sofía, asintieron con emoción. "¿Qué son los santitos?" preguntó Sofía, mientras se acomodaba su bolso en el hombro.
"Son cosas lindas que podemos encontrar o que la gente puede darnos. ¡Pueden ser juguetes, dulces o dibujos!", explicó Tomás, sabiendo que en algunas casas también podrían encontrarse galletitas caseras, algo que siempre alegra el día.
"¡A tocar puertas!", exclamó Clara, y siguieron la línea de casas del barrio, tocando cada puerta con entusiasmo.
La primera casa que visitaron fue la de la señora Margarita, una anciana muy querida por todos.
"¿Señora Margarita, podemos pasar?" - preguntó Mateo.
"¡Por supuesto, chicos!" - respondió la señora con una sonrisa.
"Hoy pedimos santitos!" - dijo Sofía emocionada.
"¡Qué lindos esos bolsos!" - dijo la señora mientras les ofrecía unas galletitas recién horneadas.
"¡Son nuestros santitos! Gracias!" - saltaron todos al unísono.
Con sus bolsos un poco más pesados y el estómago lleno de galletitas, continuaron su camino. Pasaron por casa de Don Ramón, quien siempre contaba historias de su juventud.
"¡Don Ramón, venimos a pedir santitos!" - gritó Tomás.
"¿Santitos? Muy bien, les contaré un secreto: el mejor santito es una buena historia. Así que, por cada puerta que toquen, ¡les cuento una!"
"¡Sí!" - gritaron todos.
Así, el grupo escuchó relatos sobre aventuras, sueños y travesuras de cuando Don Ramón era niño.
"Lo siguiente es la casa de la señora Elena, ¡ella siempre tiene sorpresas!" - dijo Clara.
A su llegada, la señora Elena los recibió con un gran abrazo y una bolsa de globos de colores.
"Hoy no hay galletitas, pero estos globos son mis santitos!", dijo la señora con alegría.
"¡Gracias! ¡Son bellísimos!" - respondieron entusiasmados.
Los niños seguían recorriendo el pueblo, riendo y disfrutando de esa hermosa tarde. Cuando llegaron a la última casa, la de la familia Pérez, se dieron cuenta de algo inusual. La puerta estaba cerrada, pero parecía que dentro había risas.
"¿Qué hacemos?" - preguntó Sofía, mirando a sus amigos.
"Podemos dejar un mensaje!" - sugirió Mateo, y todos acordaron hacerlo.
Así, ayudaron a un par de dulces en el bolso y anotaron: "Queridos vecinos, si escuchan el timbre, es nuestra forma de compartir santitos. ¡Los queremos!".
Antes de irse, decidieron hacer un desfile con sus globos y bolsos, animando el ambiente. Pronto, los vecinos comenzaron a salir de sus casas, sorprendidos por la alegría de los niños.
"¡Qué hermoso! Miren esos globos!" - dijo la señora Paula, sonriendo.
"¡Vamos a unirme!" - dijo el señor Nicolás, y unos minutos después, todos estaban flotando sus globos al aire, juntos en una celebración improvisada.
"Hoy no solo hemos pedido santitos, hemos repartido alegría!" - exclamó Mateo.
"¡Sí! Esto es aún mejor que los dulces!" - agregó Clara con una sonrisa radiante.
Esa tarde, los niños de Flores Claras aprendieron que los santitos no solo estaban en las casas, sino también en los corazones de las personas y en los momentos compartidos.
Cuando volvieron a casa, sus bolsos estaban llenos de cosas, pero sus corazones aún más. Habían descubierto el verdadero significado de —"santitos" : compartir, reír y disfrutar con los demás.
Y así, en cada rincón del pueblo, la risa y la alegría resonaban, recordando que los santitos se encuentran en las pequeñas cosas de la vida.
La próxima vez que alguien tocara la puerta, quizás no solo pedirían cosas, sino también alegría y recuerdos, porque ese día en Flores Claras, el verdadero tesoro fue lo que compartieron.
FIN.