Los secretos compartidos
La familia Secretier vivía en una pequeña casa de campo, rodeada de hermosos jardines y árboles frutales. Pero a pesar de su aparente tranquilidad, todos los miembros de la familia guardaban secretos que les causaban gran preocupación.
El papá, Don Ramón Secretier, siempre se veía muy serio y callado. Nadie sabía que en realidad tenía un talento especial para tocar el piano.
Cuando estaba solo en la sala, cerraba los ojos y dejaba que sus dedos bailaran sobre las teclas produciendo melodías mágicas. La mamá, Doña Rosita Secretier, era una excelente cocinera. Sin embargo, ella escondía su amor por la cocina detrás de un mantel lleno de manchas y platos quemados.
Nunca permitía que nadie probara sus deliciosas creaciones culinarias. Los hijos también tenían sus propios secretos. Martina Secretier era una niña muy tímida pero con una imaginación desbordante.
Pasaba horas escribiendo cuentos fantásticos pero nunca los mostraba a nadie por miedo al rechazo. Por otro lado, Lucas Secretier era un chico muy inteligente y curioso. Siempre encontraba soluciones creativas a los problemas pero ocultaba su ingenio porque pensaba que nadie lo entendería.
Un día, mientras caminaban por el bosque cercano a su casa, la familia Secretier se encontró con un viejo sabio llamado Don Sabino. Este anciano tenía la capacidad de leer los secretos más profundos de las personas.
Don Sabino miró a cada miembro de la familia y sonrió comprensivamente. Les dijo: "Sé que todos ustedes guardan secretos que les pesan en el corazón. Pero déjenme decirles algo: los secretos no son para esconder, sino para compartir".
La familia Secretier quedó sorprendida por las palabras del sabio y decidió confiar en él. Uno por uno, fueron revelando sus secretos más profundos. Don Ramón tocó una hermosa melodía en el piano, llenando la sala de alegría y emoción.
Doña Rosita preparó un banquete exquisito con platos que dejaron a todos boquiabiertos. Martina compartió sus cuentos fantásticos con la familia, quienes se maravillaron al descubrir su talento literario. Lucas mostró su ingenio resolviendo problemas difíciles y todos aplaudieron su inteligencia.
A medida que los secretos eran compartidos, la carga emocional sobre la familia Secretier se fue disipando. Se dieron cuenta de que cada uno tenía un talento especial y único que merecía ser reconocido y valorado.
Desde ese día, la familia Secretier decidió vivir sin secretos y apoyarse mutuamente en todo momento. Juntos aprendieron que compartir sus talentos e inquietudes los hacía más fuertes como familia.
Y así, la pequeña casa de campo se convirtió en un lugar lleno de risas, música y deliciosos aromas provenientes de la cocina. La familia Secretier encontró la felicidad al liberarse de sus secretos ocultos y aprender a valorar lo mejor de cada uno.
Y colorín colorado, esta historia ha terminado pero el mensaje queda grabado: ¡No tengas miedo de compartir tus talentos!
FIN.