Los Secretos de la Plaza Pappo
Una tarde en la Plaza Norberto Pappo Napolitano, dos amigos, Juan y Lila, estaban disfrutando de un picnic. El sol brillaba y el aire estaba lleno de risas y juegos de los chicos en el parque.
"¿Te acordás cuando vinimos aquí a escuchar a los músicos?" - le dijo Juan a Lila, recordando los veranos pasados.
"Sí, ¡aquella vez que el señor del saxofón nos hizo un solo increíble!" - contestó Lila con una sonrisa nostálgica.
Mientras comían, escucharon un suave sonido de guitarra que provenía de un rincón de la plaza. Sigilosamente, se acercaron para descubrir de dónde venía. Allí, sentado en un banco, había un anciano con un sombrero de ala ancha y una guitarra desgastada.
"¡Qué bonito suena!" - comentó Juan.
"Esperá, no te acerques todavía. Primero, escuchemos un poco más" - respondió Lila, intrigada por el misterioso vagabundo.
De repente, el anciano paró de tocar y los miró con una sonrisa.
"¿Les gusta la música, chicos?" - les preguntó, haciéndolos saltar de sorpresa.
"Sí, mucho!" - contestó Juan.
"La música tiene un poder nunca antes visto. Puede unir a las personas, contar historias y recordar momentos especiales. ¿Quieren que les cuente una historia sobre esta plaza?" - propuso el anciano.
Los ojos de Lila se iluminaron de emoción. "¡Sí, por favor!" - exclamó.
El anciano empezó a relatar cómo, hace muchos años, la Plaza Pappo era un lugar mágico donde se reunían los músicos más talentosos. Un día, un joven llamado Martín llegó con una guitarra en la mano y un corazón lleno de sueños. Su música era tan hermosa que atraía a la gente de la ciudad, llenándola de alegría y esperanza.
"Pero un día, Martín desapareció. Nadie supo qué pasó con él. La plaza quedó triste y vacía sin su música" - dijo el anciano.
"¿Y qué pasó después?" - preguntó Lila, inquieta.
"Años después, los amigos de Martín, inspirados por su recuerdo, decidieron organizar un festival de música en su honor. Así, la plaza volvió a llenarse de melodías, risas y nuevos recuerdos" - explicó el anciano mientras acariciaba su guitarra.
"¿Podemos hacer algo así?" - se atrevió a preguntar Juan.
El anciano sonrió con complicidad.
"Por supuesto. La música nunca debe dejar de sonar. Cada uno de ustedes puede contribuir a que la plaza siga viva. Solo se necesita un poco de valentía y mucha creatividad".
Inspirados por la historia, Juan y Lila se miraron fijamente. "¡Hagamos nuestro propio festival de música!" - propuso Lila.
Durante las semanas siguientes, los dos amigos se pusieron a trabajar. Hablaron con sus vecinos y amigos, pintaron carteles y organizaron ensayos. El día del festival, la plaza estaba decorada con globos y mesas, y un escenario improvisado se había montado con la ayuda de toda la comunidad.
El anciano llegó a la plaza justo a tiempo para ver todo el esfuerzo. "Estoy orgulloso de ustedes. Esta es la esencia de la música. No solo es una melodía, es la unión de corazones" - les dijo.
El festival fue un éxito rotundo. Familias y amigos se unieron a disfrutar de las interpretaciones de músicos locales y de los talentos ocultos del barrio. El espíritu de Martín había regresado, llevándose con él los recuerdos nostálgicos, pero también creando nuevos.
Al final del día, con las risas resonando, Lila se acercó al anciano y le preguntó:
"¿Nos acompañarás en el próximo festival?"
"Siempre estaré aquí, donde la música fluye y los recuerdos nunca se apagan" - respondió el anciano, y con esas palabras, comenzó a tocar suavemente su guitarra, llenando la plaza de una hermosa melodía que quedó grabada en los corazones de todos.
FIN.