Los Senderos de la Identidad



Había una vez en un hermoso bosque de Ecuador, un grupo de amigos inseparables formado por cinco chicos: Killa, la narradora y una niña indígena, su amiga Sofía, un aprendiz de inventor llamado Miguel, el aventurero Mateo y la soñadora Paloma. Juntos, exploraban los secretos del bosque que rodeaba su pueblo, llenando sus días de risas y juegos; pero en el fondo, cada uno de ellos tenía un dilema: estaban en busca de su propia identidad.

Killa, la más tímida del grupo, a menudo se sentía confundida por su mezcla de tradiciones indígenas y la vida moderna. Un día, mientras paseaban por un sendero rodeado de árboles centenarios, Killa se detuvo y dijo, "A veces siento que no pertenezco a ningún lugar. ¿Cómo puedo saber quién soy realmente?"-

Sofía, siempre llena de energía, le respondió con una sonrisa. "Yo creo que lo importante es vivir cada día como una aventura. Aunque a veces me siento perdida, puedo encontrarme si sigo explorando"-

Miguel, con su gorra de inventor, intervino, "Yo tampoco sé bien quién soy. A veces me pregunto si seré solo el inventor del grupo o hay más en mí que eso. Tal vez, si creamos algo juntos, podamos descubrirlo"-

Mateo, no muy lejos de ellos, vio una mariposa colorida y la siguió. "Quizás yo soy un explorador, pero ¿qué significa eso si no sé adónde ir? A veces solo quiero volar como esa mariposa"-

Paloma, que siempre miraba las estrellas, añadió, "Lo que yo sé es que cada una de nosotras es especial. Quizás, en lugar de buscar quiénes somos, deberíamos celebrar lo que ya somos"-

Con un nuevo propósito, decidieron organizar un gran picnic en el corazón del bosque. Todos colaborarían para hacer comidas que representaran sus orígenes y personalidades. Cada uno reunió ingredientes: Killa trajo yuca, Sofía unas galletas, Miguel decidió hacer un invento que hiciera el agua burbujear, Mateo trajo frutas frescas, y Paloma tejió una hermosa manta para que todos se sentaran juntos.

El día del picnic resultó ser mágico. La manta estaba llena de colores y sabores, y mientras comían, cada uno compartió historias sobre sus familias, tradiciones y sueños. Killa, sintiéndose un poco más valiente, comenzó a contar la leyenda de su pueblo sobre el origen de la luna. "La luna nos recuerda que, aunque a veces nos sintamos distantes, siempre estamos conectados, como los ríos que fluyen y los árboles que nos abrazan"-

Sofía luego compartió su deseo de convertirse en una gran exploradora y contar sus propias historias de aventuras. Miguel, con una chispa en los ojos, confesó que quería inventar algo que ayudara a cuidar su tierra. Mateo, entusiasmado, buscaba un camino que unir a todos sus amigos. Y Paloma, agregó que quería pintar un mural que contara su historia.

Mientras disfrutaban de su picnic, un fuerte viento comenzó a soplar, haciendo volar las hojas y llevando consigo las risas de los amigos. De repente, un viejo sabio del bosque apareció entre los árboles. Era un hombre de cabello blanco y mirada profunda.

"Ustedes están buscando quiénes son"-, dijo el anciano con voz serena. "Pero lo importante no es encontrarse en un solo lugar, sino en cada paso que dan. Las leyendas, los sueños, las risas y los desafíos son parte de quienes son. Celebren cada uno de sus caminos"-

Los niños lo miraron atentos, y Killa sintió que por primera vez, su corazón palpitaba fuerte. "¿Y si siempre hemos tenido todas las respuestas?"- preguntó.

El sabio asintió y con una sonrisa, desapareció entre la bruma del bosque. Killa y sus amigos miraron hacia el cielo. Las nubes comenzaban a despejarse, y un rayo de sol brilló sobre ellos.

"Creo que hemos encontrado algo importante"-, dijo Mateo. "No somos solo una cosa, somos todo lo que llevamos dentro y todo lo que aún queramos ser"-

A partir de ese día, todos decidieron no buscar sólo un camino, sino también explorar los muchos senderos que llevaban hacia su identidad. Cada uno de ellos comenzó a abrazar su singularidad, reuniéndose cada semana en el bosque, donde compartían sus descubrimientos.

Con los días y semanas, Killa se dio cuenta de que su identidad no era algo que tenía que establecer, sino algo que se iba armando como un collage de recuerdos, historias y sueños. Aprendió que debía permitir que sus raíces indígenas florezcan, mientras dejaba espacio para el crecimiento de nuevas experiencias.

Así, los amigos no solo se convirtieron en mejores conocedores de sí mismos, sino que también tejieron una red de amistad y apoyo que los unió aún más. Juntos, abrazaron el viaje de la vida, sabiendo que, a través de cada aventura, siempre descubrirían algo nuevo sobre quiénes eran. Y así, el bosque se convirtió en su lugar de sabiduría, de sueños compartidos y, sobre todo, de identidad.

FIN.

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