Los Sentimientos de Sofía



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Felicidad, una niña llamada Sofía que tenía la habilidad especial de poder ver las emociones de las personas.

Desde muy pequeña, podía percibir si alguien estaba triste, feliz, enojado o asustado con solo mirar a los ojos. Un día, Sofía se dio cuenta de que su mamá siempre ocultaba sus emociones.

A pesar de sonreír y decir que todo estaba bien, los ojos de su mamá reflejaban tristeza y preocupación. Sofía decidió entonces que quería ayudar a su mamá a expresar lo que sentía y a liberarse de esas emociones negativas que la estaban afectando. "Mamá, ¿estás bien?", preguntó Sofía mientras acariciaba su mano.

"Sí, mi amor, todo está bien", respondió su mamá con una sonrisa forzada. "No tienes por qué fingir conmigo. Sé que algo te preocupa. Quiero ayudarte", dijo determinada la niña.

La mamá de Sofía se sorprendió al escuchar las palabras de su hija y decidió abrirse sinceramente sobre sus sentimientos. Le contó a Sofía sobre sus preocupaciones en el trabajo y los problemas económicos que estaban atravesando en ese momento.

Sofía escuchaba atentamente cada palabra de su mamá y le ofreció un abrazo cálido para reconfortarla. Luego tuvo una idea brillante: crear juntas un cuaderno de emociones donde pudieran escribir y dibujar cómo se sentían cada día.

Así comenzaron a registrar juntas todas sus emociones: la alegría cuando jugaban juntas, la tristeza cuando algo no salía como esperaban, el miedo ante lo desconocido y la tranquilidad al saber que siempre podían contar la una con la otra.

Con el tiempo, el cuaderno se convirtió en un tesoro lleno de recuerdos compartidos y enseñanzas sobre cómo manejar las emociones de forma saludable. La relación entre Sofía y su mamá se fortaleció aún más gracias a esta actividad conjunta.

Un día, mientras revisaban el cuaderno juntas, encontraron una página en blanco esperando ser llenada. Sofía tomó un lápiz de colores y escribió con letras grandes: "Siempre juntas, siempre honestas con nuestras emociones".

La mamá abrazó tiernamente a Sofía y le dijo: "Gracias por enseñarme a expresar mis emociones sin miedo. Eres mi pequeña maestra del corazón". Desde ese día, madre e hija continuaron creciendo juntas aprendiendo a valorar cada emoción como parte fundamental de sus vidas.

Y así, en Villa Felicidad reinaba no solo la alegría constante sino también la sabiduría compartida entre dos corazones dispuestos a entenderse mutuamente.

FIN.

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