Los Siete Colores de la Identidad



En un pequeño pueblo llamado Arcoíris, siete niños de diferentes orígenes se reúnen en la plaza. Cada uno tiene algo especial que contar sobre su identidad y sus culturas.

- ¡Hola! Soy Martín y me encantaría aprender más sobre ustedes. ¿Cuál es su historia?

- Yo soy Sofía -respondió una niña pelirroja con pecas- y mis abuelos vienen de Irlanda. En mi casa, celebramos el Día de San Patricio y comemos un montón de comida deliciosa.

- ¡Eso suena increíble! -exclamó Diego con una sonrisa-. En mi familia hacemos unas empanadas de carne que son mágicas. Mi abuelo vino de España, y he aprendido a cocinar con él.

- Y yo soy Leila -dijo una niña con hijab-. Vengo de una familia que sigue las tradiciones árabes. Celebramos la llegada de la primavera con un festival muy colorido.

- ¡Qué lindo! -dijo Juan-, yo tengo raíces indígenas de mi familia. En nuestra cultura, la naturaleza es muy importante. Siempre vamos a los bosques para aprender sobre las plantas y los animales.

- Hola, chicos. Yo soy Tami y mis abuelos vinieron de Italia -interrumpió una niña con trenzas-. Cada 15 de agosto, hacemos una gran fiesta con pasteles y música.

- ¡Me encanta la música! -dijo Pablo con entusiasmo-. En mi casa, mi familia tiene tradiciones de África. Hay danzas y habilidades que compartimos a través de generaciones.

- ¡Yo soy Celeste! -dijo una niña bajita con grandes ojos-. Mi familia vino de Rusia. En invierno, celebramos la llegada de la nieve con cuentos y juegos.

Los siete se miraron emocionados y decidieron compartir sus tradiciones en una gran fiesta que harían en la plaza. Los niños se pusieron manos a la obra, planificando un evento lleno de juegos, comidas y músicas de todas las culturas.

Sin embargo, mientras organizaban todo, comenzaron a notar que uno de los niños, Juan, parecía un poco triste.

- ¿Qué te pasa, Juan? -preguntó Martín con preocupación.

- Bueno, no sé si puedo participar plenamente -dijo Juan, bajando la mirada-. A veces siento que mi historia no es tan emocionante como las de ustedes.

Los niños se miraron entre sí, sorprendidos.

- ¡Eso no es cierto! -exclamó Sofía-. Cada historia es valiosa y merece ser escuchada.

- Sí, ¡Claro! -añadió Tami-. La identidad de cada uno no es una competencia. ¡Es una celebración de nuestras diferencias!

Leila se acercó a Juan y lo abrazó.

- Tu historia es única, y para nosotros es importante. Podés compartir todo lo que aprendes sobre la naturaleza.

Juan sonrió lentamente.

- Tenés razón, mis raíces nos enseñan a amar la naturaleza y a cuidar de ella.

Con el apoyo de sus amigos, Juan comenzó a contar sobre cómo sus ancestros cuidaban la tierra y cómo se relacionaban con ella.

El día de la fiesta, la plaza de Arcoíris se llenó de risas, colores y sabores del mundo. Había una mesa con empanadas, dulces rusos, danzas africanas y música italiana, además de muchos otros platos y actividades. Los niños estaban felices, porque entendían que sus identidades eran un regalo y que, al compartirlas, se volvían aún más fuertes.

- ¡Eso es lo que hace especial a nuestra comunidad! -gritó Pablo mientras bailaba con todos.

Y así, ese día, los siete amigos no solo celebraron sus culturas individuales sino que aprendieron que la verdadera belleza de la identidad reside en la diversidad y la unión. Arcoíris se convirtió en un lugar donde las identidades eran reconocidas y valoradas, creando un vínculo eterno entre sus habitantes. Al final del día, abrazando sus diferencias, los siete amigos ya no solo eran Martín, Sofía, Diego, Leila, Tami, Pablo y Juan, sino que juntos se convirtieron en un nuevo color en el espectro del Arcoíris: el color de la amistad.

Y así, cada vez que se reunían, recordaban que entre sus historias siempre había espacio para aprender, crecer y celebrar la maravillosa diversidad que los rodeaba.

FIN.

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