Los siete colores de las emociones
En un pequeño pueblo llamado Sin Paciencia, sus habitantes vivían en un torbellino constante. La gente gritaba y se alteraba por lo mínimo; nadie se detenía a escuchar, y la felicidad parecía esquiva. Ante esta situación tan caótica, el rey y la reina, preocupados, decidieron tener siete hijos, cada uno representando una emoción en busca de equilibrio para su pueblo.
Un día, nació Carlos, que representaba la ira. Desde pequeño, Carlos gritaba al menor contratiempo. "¡No me toquen!"- decía mientras sacudía sus puños. Ya con el primer berrinche, el rey pensó que Carlos debería aprender a calmar su ira.
A continuación llegó Miguel, el placer. Siempre sonriendo, Miguel disfrutaba de cada momento. "¡Miren qué hermoso día!"- exclamaba mientras todos se reunían para el almuerzo. Pero con el tiempo, algunos en el pueblo empezaron a pensar que solo disfrutar era importante, olvidando el trabajo y las responsabilidades.
Luego, nació Francisco, el júbilo, quien saltaba de alegría por cualquier cosa. "¡Hoy es un gran día!"- gritaba, contagiando su entusiasmo a los demás. Sin embargo, a veces, su alegría parecían ignorar los problemas del pueblo, creando corazones de piedra entre sus habitantes.
Antonio, el más serio, representaba la tristeza. Frecuentemente, lo veían sentado en un rincón, contemplando el cielo. "A veces, hay que llorar para sentir que estamos vivos"- les decía a sus hermanos. Su profunda mirada hacían que las personas se sintieran incómodas, como si la tristeza fuera algo que debían evitar.
Diego, quien representaba el odio, era un niño aislado. "¡No quiero jugar más!"- decía con voz desafiante. Aunque su corazón estaba lleno de rabia, anhelaba ser parte del grupo. Sin embargo, su ira lo mantenía alejado.
Pedro representaba el miedo, siempre asustado por todo. "¿Y si algo malo pasa?"- decía con voz temblorosa al acercarse a la fogata. Sus hermanos intentaban consolarlo, pero el miedo nunca se iba del todo.
Y finalmente, llegó Eliza, el amor. "¡Chicos, vení, juguemos juntos!"- decía, rodeando a sus hermanos con un sentido de unión. Eliza siempre buscaba formar un lazo entre ellos y los habitantes del pueblo, compartiendo dulces y sonrisas. Su corazón generoso era un bálsamo para todas las emociones.
Un día, mientras todos los hermanos jugaban a la orilla del río, una fuerte tormenta se desató, haciendo que el agua comenzara a desbordarse. "¡Rápido, necesitamos hacer algo!"- gritó Carlos, su ira se desató, y empezó a correr de un lado a otro, pero solo provocó más caos.
"¡Cálmate, Carlos!"- le pidió Miguel, "Podemos hacer algo divertido, vamos a usar nuestra energía para ayudar!"- Pero la ira de Carlos olvidó escuchar.
Entonces, Francisco, con una sonrisa, inspiró a todos. "¡Vamos a crear un juego! Los que puedan, ayuden a los demás con alegría!"- Fue así como empezaron a hacer de la situación una carrera.
Antonio, con su tristeza, se dio cuenta del daño que estaba causando y se unió a Eliza. "No todo está mal, hay esperanza"- dijo mientras ayudaban a la gente del pueblo a crear diques de arena.
Diego, en un giro inesperado, decidió dejar de lado su odio. "No quiero estar solo, quiero que todos estemos juntos"- exclamó, y junto a sus hermanos formó un equipo improvisado.
Pedro, el más miedoso, respiró profundamente y, al ver la lucha de sus hermanos, se unió también con un valor inesperado, "Si estamos juntos, no hay lugar para el miedo"- se animó.
Así, trabajando juntos, los siete hermanos aprendieron a equilibrar sus emociones. Con la participación de los habitantes del pueblo, lograron construir un muro que detuvo el agua y salvó todos los hogares.
Al finalizar, mientras el sol salía nuevamente, todos se reunieron. "Hoy cada uno de nosotros mostró que juntos somos más fuertes"- dijo Eliza, abrazando a sus hermanos.
Y así, Sin Paciencia empezó a recordar que tener emociones era normal, y que cada una, cuando era equilibrada, podía ayudarles a vivir mejor y, aunque seguían siendo diferentes, se unieron en un solo corazón. Desde entonces, el pueblo aprendió a reirse, a llorar y a compartir en armonía, porque entendieron que todas las emociones tienen su papel en el hermoso juego de la vida.
FIN.