Los Sonidos del Camino
Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de un espeso y misterioso bosque, una niña llamada Rosalía.
Desde muy pequeña, Rosalía había demostrado ser una niña sumamente curiosa y valiente, a la que le encantaba explorar cada rincón de su entorno. Un soleado día de primavera, mientras jugaba en el jardín de su casa, Rosalía vio una mariposa multicolor que revoloteaba cerca del bosque.
Sin pensarlo dos veces, decidió seguir a la mariposa para descubrir a dónde la llevaría. Emocionada por la aventura que se avecinaba, se adentró en el frondoso bosque sin darse cuenta de lo lejos que llegaba.
A medida que avanzaba entre los árboles altos y retorcidos, los rayos del sol se filtraban entre las hojas verdes creando sombras fascinantes en el suelo cubierto de musgo.
Rosalía estaba tan absorta en la belleza del lugar que no notó cómo se había alejado demasiado y ya no reconocía el camino de regreso a casa. - ¡Oh no! ¿Dónde estoy? -se preguntó con angustia mientras miraba a su alrededor tratando de encontrar algo familiar. El silencio del bosque parecía envolverla como un manto oscuro y denso.
No sabía qué hacer ni hacia dónde ir. Pero entonces, algo extraordinario comenzó a ocurrir: los sonidos del bosque empezaron a cobrar vida propia.
Las flores susurraban melodías suaves al compás del viento, las piedras cantaban canciones antiguas llenas de sabiduría y el agua murmuraba cuentos secretos mientras fluía cristalina por un arroyo cercano. Los sonidos envolvieron a Rosalía como abrazándola con cariño y protección. "No temas", -dijo una voz dulce hecha eco en el aire-.
"Sigue los sonidos y te guiarán de regreso a casa". Rosalía cerró los ojos por un momento y dejó que los sonidos la envolvieran completamente. Se concentró en escuchar atentamente cada melodía, cada susurro, cada murmullo.
Poco a poco, fue reconociendo patrones familiares en ellos y supo qué dirección tomar para volver a casa. Siguiendo los sonidos guiados por las flores, las piedras y el agua, Rosalíá caminó con determinación hasta encontrar finalmente el borde del bosque donde su hogar la esperaba con ansias.
Al salir al claro donde estaba su casa, vio cómo sus padres corrían hacia ella con lágrimas de alegría en los ojos. La abrazaron fuertemente mientras le contaban lo preocupados que habían estado al no encontrarla.
Rosalíá les narró emocionada toda su aventura perdida en el bosque mágico y cómo gracias a los sonidos pudo encontrar el camino de regreso.
Desde ese día, Rosalíá aprendió una valiosa lección: nunca perderse significa estar siempre atento a lo que nos rodea; escuchar más allá de lo evidente puede revelarnos caminos inesperados pero llenos de magia. Y así siguió explorando el mundo con ojos curiosos y corazón abierto, a sabiendo que siempre habrán guías invisibles dispuestas ayudarle si presta atención
FIN.