Los sueños de los niños en el planeta verde



En un rincón del universo, existía un planeta especial llamado Verdea, donde todos los árboles eran altos, las flores brillaban de colores vibrantes y los ríos eran de un azul profundo. Pero lo más fascinante de Verdea eran los sueños de sus habitantes: los niños, quienes deseaban un mundo lleno de aventuras y magia.

Un día, mientras los niños se reunían en su claro favorito, un grupo de ellos empezó a compartir sus sueños.

"Yo quiero volar como los pájaros!", exclamó Lila, una niña de ojos chispeantes.

"Y yo quiero hablar con los animales!", respondió Tomás, el más curioso de todos.

"A mí me gustaría hacer un jardín que nunca se marchite!", añadió Sofía, con su cabello rizado bailando al viento.

Mientras tanto, en el horizonte, una nube oscura comenzó a formarse. Nadie lo notó, pero esa nube escondía algo mágico: el Guardián de los Sueños, un anciano que custodiaba los anhelos de los niños. De repente, la nube se acercó, y su voz profunda resonó.

"Hola, pequeños soñadores, he escuchado sus deseos. Pero debo advertirles, los sueños son frágiles y necesitan cuidado".

Los niños se miraron fascinados.

"¿Cómo podemos cuidar nuestros sueños?", preguntó Tomás.

"Cada sueño tiene su propia semilla. Deben plantar sus ideas, regarlas con esfuerzo y darles amor", respondió el anciano.

Motivados, los niños se propusieron llevar a cabo sus sueños. Lila decidió hacer una carrera de vuelo, Tomás comenzó a aprender sobre el lenguaje de los animales, y Sofía soñó con un jardín mágico donde las flores nunca se marchitarían.

Un día, mientras Lila se preparaba para su primer vuelo, notó que sus alas de papel no despegaban del suelo.

"¿Qué me falta?", se preguntó preocupada.

"Quizás necesites confianza en ti misma", le susurró su amigo Tomás.

"Y un poco de práctica, Lila!", añadió Sofía, con entusiasmo.

Lila respiró hondo y, tras un intenso esfuerzo, comenzó a despegar del suelo. Sus risas llenaban el aire mientras volaba, aunque solo unos momentos.

Por otro lado, Tomás se topó con un pequeño zorro herido en el bosque. Con ternura, decidió cuidarlo.

"Si yo hablo con los animales, podré ayudarlo a sanar", murmuró.

Con paciencia y dedicación, Tomás logró que el zorro se recuperara. Y cuando se despidieron, el zorro le dijo.

"Tu corazón es más fuerte que tus palabras. Siempre estaré aquí para ayudarte".

Mientras tanto, Sofía se dedicó a cuidar su jardín. Pero un día, se dio cuenta de que sus flores empezaban a marchitarse.

"¿Por qué no florecen como deberían?", se preguntaba desconsolada.

"Quizás las riegas demasiado", le sugirió Lila.

"O quizás les falta el sol!", añadió Tomás, pensando en la luz que necesitan.

Aprendiendo de sus errores, Sofía encontró el equilibrio perfecto de luz y agua, y su jardín floreció de una forma espectacular.

Con el tiempo, los tres niños se dieron cuenta de que sus sueños no solo eran posibles, sino que además podían unirse para hacer algo aún más grande.

"Si volamos juntos, podemos atrapar el viento y llevar a todos a aventuras!", exclamó Lila.

"Podemos organizar una feria en el bosque, donde los animales sean parte de la diversión", sugirió Tomás.

"Y puedo hacer el jardín más hermoso, ¡un lugar para todos!", respondió Sofía, sonriendo al pensar en su idea.

Así, unieron sus sueños, y crearon un lugar mágico donde podían volar, hablar con animales y disfrutar del jardín eterno que habían construido.

A medida que la feria se llenaba de risas y maravillas, el Guardián de los Sueños contemplaba desde su nube.

"¡Bravo, pequeños! Lo han logrado, pero recuerden siempre cuidar sus sueños. Siempre son más fuertes juntos".

Y así, los niños de Verdea no solo vieron sus sueños volar, sino que también aprendieron el valor de la amistad, la dedicación y lo bonito que es soñar y compartir. En un mundo donde cada idea cuenta, entendieron que sus corazones eran el mejor trampolín para alcanzar las estrellas.

FIN.

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