Los Sueños de Narcisa



Había una vez en un pequeño pueblito llamado Puna, donde vivía una niña llamada Narcisa. Desde muy chiquita, Narcisa había soñado con aprender, leer y escribir, y sobre todo, asistir a la escuela. Pero su vida no había sido fácil. Su mamá la había dejado cuando ella era un bebé, partiendo hacia la ciudad en busca de su papá, que había escapado con su tía. Así que Narcisa quedó bajo el cuidado de su abuela, que la quería con todo su corazón.

Un día, mientras miraba a los chicos de la escuela jugar desde lejos, Narcisa suspiró.

"¿Por qué no puedo ir a la escuela, abuela?" - preguntó con tristeza.

Su abuela, con lágrimas en los ojos, respondió:

"Narcisita, no tenemos dinero para las matrículas y los útiles. Ya sabes que yo estoy muy viejita para trabajar en el campo..."

Narcisa entendía, pero su deseo por aprender ardía en su corazón.

Desesperada por no rendirse, decidió hacer algo. Un día le dijo a su abuela:

"Abuela, tengo una idea. Voy a vender flores en el mercado. Quizás con eso pueda juntar un poco de dinero. ¡Quiero volver a la escuela!"

La abuela sostuvo la mano de Narcisa, sonriendo.

"Eres una niña valiente, Narcisita. ¡Inténtalo, querida!"

Con la bendición de su abuela, Narcisa empezó a recolectar flores silvestres por el camino. Al principio, solo vendía unas pocas, y la gente le daba poco dinero. Pero, con el tiempo, sus flores empezaron a atraer a más clientes. Su pequeña canasta se llenaba cada vez más, y la gente del pueblo comenzó a invitarla a vender en sus casas.

Un día, un anciano amable se acercó y le dijo:

"Narcisa, tus flores son las más bellas que he visto. ¿Cómo haces para cuidarlas tan bien?"

Narcisa, con una sonrisa grande, respondió:

"Con amor y paciencia, don Jorge. Las flores son como nuestros sueños, hay que cuidarlas cada día."

El anciano la miró con admiración y le regaló una pequeña bolsa de semillas.

"Cultiva estas semillas, y tendrás flores aún más hermosas. Y quién sabe, tal vez puedas venderlas por mucho más!"

Narcisa tomó la bolsa con alegría, y empezó a sembrar las semillas en el terreno de su abuela. Día tras día, regaba con cuidado y dedicación. Y para su sorpresa, las flores crecieron hermosas y coloridas. La gente del pueblo las amaba, y pronto, Narcisa no solo vendía flores, sino también trocitos de amistad y esperanza.

Con el dinero que logró reunir, Narcisa volvió a inscribirse en la escuela. La emoción la desbordaba. Cuando llegó el primer día de clases, se sintió más feliz que nunca.

"¡Hola, maestra!" - saludó a la docente al entrar.

La maestra, sorprendida y emocionada, le dio la bienvenida.

"Narcisa, ¡qué bueno tenerte aquí! Siempre es una alegría ver a una niña tan valiente y decidida."

Mientras pasaban los días, Narcisa se destacó en cada materia y fue una gran compañera para todos. Su historia de esfuerzo inspiró a otros chicos a seguir sus pasos.

"Si Narcisa pudo, ¡nosotros también podemos!" - decían sus compañeros.

Así, juntos aprendieron que los sueños son posibles de alcanzar si los persiguen con esfuerzo y determinación.

Al final del año escolar, Narcisa recibió un reconocimiento especial por su dedicación. En la ceremonia, su abuela la miraba con orgullo.

"Estoy tan orgullosa de vos, Narcisita. Mantené siempre esa chispa de lucha en el corazón."

Y así, Narcisa le demostró al mundo que, a pesar de las adversidades, nunca hay que dejar de creer y soñar. Con amor, esfuerzo y un poco de ayuda, uno puede llegar a donde quiera ir.

FIN.

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