Los Tres Cerditos de Alejandra



Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, una niña llamada Alejandra. Ella cuidaba con mucho amor a tres cerditos: Copito, Rosado y Manchitas. Todos los días, Alejandra se levantaba temprano para darles de comer, jugar y asegurarse de que estuvieran saludables. Ella tenía un plan: quería engordarlos bien para venderlos en diciembre y así ganar un poco de dinero para comprar un regalo especial para su mamá.

- '¡Vengan, cerditos!', -los llamaba Alejandra, mientras les lanzaba alimento en el corral.

Los cerditos se acercaban corriendo, haciendo ruido y revolcándose en la tierra. Era un espectáculo que siempre sacaba una sonrisa a la niña.

Pero a medida que se acercaba diciembre, Alejandra comenzó a sentirse extraña. Cuanto más grande se hacían sus cerditos, más los quería. Recibían cariño y atención a diario, y Alejandra pasaba horas jugándolos, mientras él se reía a carcajadas al verlos correr. La idea de venderlos la llenaba de tristeza.

Un día, mientras acariciaba a sus cerditos, sopesó la idea de venderlos.

- '¿Cómo puedo hacerle esto a mis amigos?', -se preguntó, con lágrimas en los ojos.

Ese día, tomó una decisión: no podía venderlos. Pero, ¿cómo podría decirle a su papá que no quería el dinero que tanto había planeado?

- 'Papá, creo que no quiero vender a los cerditos', -le confesó a su padre esa tarde bajo un árbol, donde ambos solían compartir historias.

- '¿Y qué planeas hacer con ellos?', -preguntó su papá, sorprendido.

Alejandra miró a sus cerditos y una idea se iluminó en su mente.

- '¡Puedo hacerlos parte de nuestra familia! Cada uno de ellos tiene su personalidad y podríamos cuidarlos juntos como mascotas'. -dijo con entusiasmo.

Al principio, su papá dudó.

- 'Pero, Alejandra, eso significa que no tendrás el dinero que querías para tu regalo'.

- 'No importa, papá. Ellos son mis amigos y los quiero mucho', -respondió.

Su papá sonrió, reconociendo lo importante que era la bondad en el corazón de su hija.

- 'Está bien, Alejandra. Si realmente amas a esos cerditos, haremos lo mejor para ellos. Podemos buscar maneras de ganar dinero por otro lado'.

Esa tarde, Alejandra salió al pueblo, junto a sus cerditos, y se le ocurrió una idea brillante: hacer una venta de galletitas en la plaza.

- '¡Eso será divertido! Podemos hacer cookies y venderlas mientras contamos historias sobre nuestros cerditos', -dijo con alegría.

Con ayuda de su papá, Alejandra preparó una mesa en la plaza, llena de deliciosas galletitas. Pronto, la gente comenzó a acercarse, atraída por el aroma. Con cada venta, Alejandra sentía una alegría inmensa. La mejor parte era que la gente no solo compraba, sino que la escuchaba hablar sobre sus tres cerditos adorables.

Los días pasaban y Alejandra no solo ganó dinero vendiendo galletitas, sino que también hizo nuevos amigos en el pueblo. Todos querían saber más sobre sus cerditos. Así, en lugar de venderlos, decidió que ella podía cuidar de ellos y compartir su historia con todos.

Y en diciembre, cuando llegó la época de fiestas, Alejandra sorprendió a su mamá con un regalo especial. Sus cerditos eran parte del plan, pero no de la manera que ella pensaba. Ella donó parte de sus ganancias a un refugio de animales.

- 'Es un regalo navideño de amor', -le explicó a su mamá con una sonrisa.

- 'Me alegra tu corazón generoso, Alejandra. A veces, el verdadero regalo es el amor que compartimos con los demás', -respondió su mamá abrazándola.

A partir de ese día, Alejandra no solo cuidó de sus cerditos, sino que también se dedicó a ayudar a otros animales necesitados. Se convirtió en una pequeña embajadora del amor por los animales en su pueblo. Su mejor elección siempre sería lo que más amaba, y eso incluyó a sus tres cerditos.

Y así, todos vivieron felices, con amor, alegría y muchos amigos que apoyaron a Alejandra en su proyecto.

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FIN.

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