Los tres dones de los hermanos



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de verdes campos y montañas azules, tres hermanos que se llamaban Julián, Sofía y Mateo. Cada uno de ellos tenía un don especial, pero siempre estaban en desacuerdo porque querían tener el mismo talento.

Julián era el que tenía la súper vista, podía ver cosas que los otros no podían, como si las estrellas le susurraran secretos. Sofía, por su parte, tenía el don de cantar. Su voz era tan dulce que hacía sonreír hasta a los más tristes. Y Mateo, el más pequeño, era veloz como un rayo. Por donde pasaba, levantaba nubes de polvo.

Cada día, los tres se sentaban bajo un viejo árbol y comenzaban a discutir sobre quién de ellos tenía el don más sorprendente.

"¡Yo puedo ver a diez kilómetros!" – presumía Julián.

"Sí, pero yo puedo cantar para que lleguen los pájaros a escucharme" – respondía Sofía alegremente.

"¡En fin! ¡Yo puedo correr más rápido que cualquiera de ustedes!" – gritaba Mateo, mientras hacía una carrera en círculos.

Un día, después de otra acalorada discusión, decidieron que no podían seguir así.

"Necesitamos tener una competencia y ver quién es el mejor" – propuso Mateo.

"Pero, ¿qué tipo de competencia?" – preguntó Sofía.

Los hermanos pensaron durante un rato y, de repente, Julián tuvo una idea brillante.

"¡Vamos a organizar una carrera! Pero no será una carrera común. Cada uno de nosotros usará su don y ¡el que logre ayudar a los demás ganará!"

Y así fue como acordaron la competencia. En el día señalado, el pueblo entero se reunió para ver la extraña carrera.

Comenzó Julián, que con su súper vista vio que más allá de los árboles había una niña perdida.

"¡Miren!" – gritó.

Todos miraron hacia donde señalaba.

"¡Debo ayudarla!" – dijo Julián y se puso en marcha.

Sofía, al escuchar el grito, decidió correr detrás de él.

"¡Espera, Julián! ¡Yo puedo cantarle para que no tenga miedo!"

Cuando llegaron hasta la niña, Sofía comenzó a cantar con su hermosa voz. La niña, al escucharla, comenzó a sonreír.

"Hola, ¿estás bien?" – le preguntaron.

"No... me perdí..."

"No te preocupes, estamos aquí para ayudarte" – respondió Mateo, que había llegado corriendo.

Mateo miró a su alrededor.

"Siganme, podemos llevarte a tu casa. Soy muy rápido, así que no te preocupes" – les dijo.

Los tres hermanos se unieron para ayudar a la niña. Julián llevó la dirección con su vista, Sofía cantaba para calmarla, y Mateo corrió ahí y allá para asegurarse de que todo estuviera bien.

Juntos, llegaron a la casa de la niña. Ella estaba tan agradecida que les dio un gran abrazo.

"Gracias, son los mejores!" – exclamó.

Cuando regresaron al pueblo, se dieron cuenta de una gran verdad:

"Tal vez no necesitemos demostrar quién tiene el mejor don" – dijo Julián.

"Sí, todos tenemos talentos únicos y juntos podemos hacer cosas increíbles" – agregó Sofía.

"¡Lo mejor de todo es que trabajamos en equipo y nos ayudamos mutuamente!" – concluyó Mateo.

Desde ese día, los tres hermanos dejaron de pelear y aprendieron a valorar sus dones. En lugar de compararse, se apoyaban entre sí,

creando canciones juntos, viviendo aventuras y ayudando a los demás con sus talentos únicos. Y así, el amor y la unión prevalecieron en su hogar, llenando sus días de risas y armonía.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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