Los Tres Guardianes del Sueño y el Ladrón Fugitivo


Había una vez, en un pueblo encantado rodeado de un vasto desierto, tres caballos llamados Alfonso, Rodolfo y Menecucho.

Estos caballos eran muy especiales, no solo por su belleza y fuerza, sino también porque ayudaban a los niños del pueblo a dormir tranquilos todas las noches. Los jinetes de estos caballos eran Ildefonso, Cortez y Romualdo Chinchulín Manrique, hijo de Chorizo Manrique.

Los tres hombres eran muy buenos amigos y siempre estaban dispuestos a ayudar a quienes lo necesitaran. Un día, mientras los tres amigos galopaban por el desierto con sus caballos, se dieron cuenta de que algo extraño estaba sucediendo en el pueblo. La gente parecía estar preocupada y asustada.

- ¿Qué está pasando aquí? - preguntó Ildefonso preocupado. - No lo sé - respondió Cortez -, pero deberíamos averiguarlo. Romualdo Chinchulín Manrique sugirió que preguntaran a los niños del pueblo ya que ellos siempre sabían todo lo que ocurría en la comunidad.

Así que decidieron ir al orfanato donde vivían muchos niños para hablar con ellos. Al llegar allí se encontraron con los pequeños sentados alrededor de una fogata contándose historias.

Cuando vieron a los jinetes y sus caballos corrieron hacia ellos emocionados para saludarles. - Hola chicos - dijo Ildefonso sonriendo -.

¿Pueden decirnos qué está pasando en el pueblo? Los niños les explicaron que había un malvado ladrón rondando por las calles y robando a la gente sus pertenencias más preciadas. La gente estaba asustada y no sabía qué hacer. - ¡Tenemos que hacer algo! - exclamó Cortez -. No podemos dejar que ese ladrón siga haciendo daño.

Fue entonces cuando Alfonso, Rodolfo y Menecucho relincharon emocionados, como si supieran lo que estaba sucediendo. Ildefonso, Cortez y Romualdo Chinchulín Manrique se miraron entre sí con una sonrisa en los labios. - ¡Lo tenemos! - dijo Romualdo Chinchulín Manrique -.

Podemos atrapar al ladrón con la ayuda de nuestros amigos equinos. Los tres jinetes montaron en sus caballos y salieron corriendo hacia el pueblo para encontrar al ladrón.

Cuando llegaron a la plaza central del pueblo vieron a un hombre sospechoso tratando de robar una hermosa estatua de oro de la fuente principal.

- ¡Detente ahí! - gritó Ildefonso mientras sacaba su espada - ¡No te permitiremos seguir haciendo daño! El ladrón intentó huir pero fue detenido por los tres caballos, quienes rodearon al hombre para impedir su escape. Los niños del pueblo habían seguido a los jinetes hasta allí y comenzaron a aplaudir emocionados al ver cómo sus héroes habían atrapado al malvado ladrón.

Desde ese día en adelante, Alfonso, Rodolfo y Menecucho se convirtieron en leyendas vivientes del pueblo encantado. Los niños les adoraban aún más por haber salvado el día y logrado atrapar al ladrón.

Los jinetes y sus caballos siguieron recorriendo el desierto y ayudando a la gente del pueblo en todo lo que necesitaban. Y cada noche, cuando los niños se acostaban a dormir, soñaban con los tres amigos y sus valientes caballos, sabiendo que siempre estarían allí para protegerlos.

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